En la clausura de la XXVIII reunión del Círculo de Economía en Sitges, el presidente Rajoy aseguró que España no está al borde de ningún precipicio. Dio así un giro a su discurso de las últimas semanas y desarrolló la línea ya esbozada un día antes por el ministro Montoro: España es demasiado grande para caer. En definitiva, el Gobierno está seguro de que la Unión Europea -léase Alemania y Bruselas- salvará a España, no ya por hacerle un favor, sino para que no se hunda el euro, que -para entendernos mejor- es la moneda de Alemania.
Resumiendo mucho: el problema de España es que ya no llega su dinero para todo lo que debe y fuera no se lo quieren prestar o se lo prestan a tipos que no puede pagar. ¿Posibles salidas positivas? Que le presten más o le abaraten los intereses. ¿Salidas negativas? Que sea intervenida y destrozada, como Grecia, o que salga del euro, con lo cual la deuda seguiría estando en euros y el país produciría en pesetas; es decir, un desastre durante muchos años, quizá décadas. ¿La mejor salida? Un mix: más dinero para la banca e intereses más bajos para la deuda, por ejemplo para el tramo de déficit autorizado, es decir, el 3%. Solo con eso, España abarataría los intereses de los 30.000 millones de base del déficit y al menos podría respirar, al tiempo que seguiría con los ajustes.
Seamos francos: estabilizar la eurozona requiere dinero de los Estados miembros que van bien y por lo que vemos no están por la labor, seguramente porque sus dirigentes intuyen que sus ciudadanos no quieren pagar parte de la factura de rescatar a países como Grecia, Irlanda, Portugal o España. Por eso hay tanta tensión y Alemania se resiste a ser generosa, a pesar de que sabe que solo los poderosos pueden ser generosos.
Como observa el expresidente Felipe González, la gente tiene la devastadora sensación de que los acuerdos se están imponiendo por las malas, lo cual lastra la idea de fondo de que necesitamos avanzar hacia un Gobierno económico de Europa.
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José Luis Gómez