Acabó la Feria del Libro de Madrid, la más emblemática de España, con permisos autonómicos correspondientes. Acabó sin lluvia, mal asunto. Romper las tradiciones trae consecuencias aciagas: bajaron las ventas. No se vio por allí al presidente del gobierno, y en justa correspondencia tampoco estuvo el jefe de la oposición. Ya he contado lo que decía Mihura: tengo una pierna más corta y en compensación, la otra más larga.
Con estos mimbres se entreteje el cesto de nuestra cultura. Si decae el gasto en libros, las razones hay que buscarlas fuera de las librerías: en las grandes superficies, por ejemplo, planas y sin alma literaria, ni científica ni técnica. O en los libros electrónicos, que también son planos e inflexibles. No como los libreros, que son atentos y displicentes y saben entender el rumbo de las letras. También hay que explicarlo como daño directo de la crisis y también, por qué no decirlo, porque hoy no hay grandes best sellers en las estanterías, como aquellos de Dan Brown o de nuestro siempre querido Antonio Gala, campeón indiscutible de las ferias añejas.
Se acabó la feria con un 19% menos de ventas. En el país de Cervantes la lectura es un bien escaso. En el país de Lope y Valle, el teatro siempre está en crisis, y la industria cinematográfica es una quimera industrial. Se nos van las letras por las sangres por donde debían haber entrado, sin contemplaciones ni miramientos. Los humanos nos adaptamos al ritmo evolutivo del microchip y las apps sin reconocer el alcance didáctico que éstas deberían tener. Si el papel debe volver a la tierra, que vuelva. Pero que se sustituya por un ingenio de mayor calidad para enamorar los ojos con el universo de las palabras.
Se acabó la feria en el vacío de la crisis y en el desvarío del fútbol victorioso. Mientras España – un símbolo más bien – se enfundaba la roja y se echaba al césped, los libreros de la feria echaban el cierre de la caseta y se despedían hasta más ver. Volverán al templete de la calle estrecha, el plácido remanso del barrio, la céntrica tenencia de lo viejo en forma de desván abierto al público y a pie de calle. Se acabó la feria, y aquí nos enfundamos en la concordia futbolera con el entusiasmo de una raza nacida, como bien nos enseñara Goya, para dar patadas. Al balón, a la feria.
Se acabó.
Rafael García Rico-Estrella Digital
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Rafael García Rico