Ésta que os voy a relatar, en absoluto fue una noche normal. Hacía 10 días que en un viaje a África había conocido a dos muy buenos amigos holandeses. Bob y Alex, cómo olvidarles. Sobretodo sus cuerpos. Imposible. Dos calcamonías del David de Miguel Ángel. Cuerpos esculturales a los que nos les faltaba ni un detalle de perfección. Y por lo que a simple vista pude intuir, bien dotados. No es que en ese momento me importara en exceso, los consideraba inalcanzables. Aunque sí es cierto que una vez que tus ojos topaban con sus caras; y a continuación bajabas la vista, todo lo que te esperaba era mejor que lo anterior. He aquí el motivo, por el que cinco minutos después de haberles conocido ya podía hacerme una idea de lo bien que estaban hechos. Mi vista no podía dejar de recorrer con insistencia todas y cada una de las partes de aquellos “hombres-perfectos”. Siempre pensé que en eso se quedaría. Un deleite visual. Un festín onírico que jamás se haría realidad.
El caso es que los días de mi estancia en Kenia fueron pasando; y mi complicidad con Bob y Alex se afianzaba por segundos. Tanto, que cualquier excusa era buena para estar juntos. Yo era la reina de la fiesta. Una treintañera, cansada del estrés de la ciudad, que había decidido abandonar su vida “perfecta” en la capital para vivir una experiencia vital en uno de los países más alucinantes del planeta. Y ellos, unos solterones empedernidos que nadie se creería que no era por convicción. La amistad que les unía era envidiable hasta para una mujer. Demasiado cómplice para mi gusto, aunque yo nunca dije nada.
En el fondo me daba morbo la situación. Todos los hombres que había conocido hasta el momento eran demasiado pudorosos como para plantearse hacer un trío con una mujer. Aunque éstos eran diferentes. Su forma de ver y plantearse la vida permitió a mi mente y mi deseo dejarse llevar. Había tenido pocas fantasías sexuales en mi vida. Pero ésta y en estas condiciones, sin duda, era el mayor frenesí que mi mente podía imaginar. Me humedecía de sólo pensarlo. Así que pensé: “Por qué no intentarlo”.
Era la décima noche que pasábamos juntos. Y el hall del hostal en el que nos hospedábamos estaba más vacío que nunca. Álex y Bob se presentaron con tres botellas de vino blanco; y yo les esperaba ataviada con mis mejores galas. Una falda de tubo bien ceñida hasta las rodillas y un apretado palabra de honor estampado con un escote de infarto. Ambos sonrieron al verme de una manera que no lo habían hecho hasta entonces. Tanto es así, que a partir de la tercera copa de vino nuestros deseos comenzaron a ser órdenes. El primero en romper el hielo fue Bob, que aprovechó el momento que me levanté para rellenarme la copa para venir detrás de mí. No había acabado de servirme el vino y en mi oído izquierdo ya noté una respiración cercana. Su aliento recorría mi nunca y sus labios rozaban de una manera intermitente mi cuello. Entonces fue cuando fui consciente de que el juego había empezado; y que ya era imposible pararlo.
No quería darme la vuelta; un incontrolable rubor cubría mi rostro. Así que inmóvil, dejé que pasara lo que tuviera que pasar. Comenzó recorriendo mi cuerpo con sus manos hasta que consiguió alcanzar mi pecho, donde se detuvo varios minutos; los suficientes como para comenzar a excitarse. Yo lo sentí rápidamente. Su paquete abultado rozaba con mi espalda. No tardó mucho en desnudarme y en separarme las piernas. Al principio comenzó por detrás. Con una mano estimulando el ano y la otra jugueteando con mis pezones alternativamente. No lo podía creer. Estaba borracha de placer. Sus dedos se movían a un ritmo que hasta el momento desconocía, de arriba hacia abajo sin dejar ni una sola parte de mi vagina sin estimular. Mi respiración iba a mil, parecía que me iba a dar un infarto. Ya estaba a punto de gritar de placer, cuando Bob para y me da la vuelta. Yo tenía los ojos cerrados, aún imaginando el final que me esperaba. Pensaba que si con la mano era capaz de hacer las virguerías que hacía, qué haría con la lengua entre mis piernas. Así que muy decidida y sin pensar nada más que en mí, aparté a ciegas las copas de vino que había en la mesa y me senté con la piernas bien abiertas esperando una buena ‘contestación’; que nunca llegó.
Tras unos segundos sin notar el contacto de Bob, abrí los ojos y descubrí la “cruda” realidad. Yo no lo había tocado aún para saber si estaba vestido o desnudo; y tampoco había pensado qué había sido de Álex, el tercero en cuestión. Las manos de Bob recorriendo mi cuerpo húmedo me habían hipnotizado de una manera casi enfermiza. Así que cuando bajé de la nube en la que me había montado y mi vista comenzó a desemborronarse fui consciente de todo.
Mientras Bob me había hecho vibrar a mí, Álex se lo había hecho a él; y ahora tocaba corresponderle. Yo ya no importaba. El juego había terminado para mí. Habían decidido divertirse solos. Aunque lejos de deprimirme, aproveché la oportunidad de disfrutar de la escena que estaba presenciando. Las felaciones que se hicieron mutuamente, las penetraciones sin vaselina y los gemidos de dolor placentero que ambos emitían cuando el esfuerzo rozaba el cénit de la perfección, consiguieron excitarme, tanto o más, que lo que los dedos de Bob le hicieron a mi clítoris. Así que me puse manos a la obra. Mojé mi mano en vino y terminé lo que Bob empezó…
P.D.: Bob y Álex jamás volvieron a verse.
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El Rincón Oscuro