Debería estar alegre pero tengo un cabreo del demonio. España gano ayer la Eurocopa y es un motivo de alegría enorme. Ya es leyenda. Ya es la mejor selección de la historia del fútbol mundial. Pero mientras que España subía, en Kiev, a lo más alto y los españoles se vestían de rojo y cantaban “yo soy español, español, español”, curiosamente con una música popular rusa lo que no deja de ser una paradoja, la Comunidad Valenciana ardía casi por sus cuatro costados.
Mientras que el fútbol hacía, otra vez, que los españoles se sintiesen unidos, cosa rara, el peor incendio en varias décadas arrasaba Valencia y nos devolvía a la realidad de una España irracional. Y mi alegría se convertía en tristeza. O, peor, en cabreo. Que ando más cabreado que un mono.
¿Es que alguien puede entender que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, se pusiese, ayer domingo, en contacto con el presidente de la Comunidad Valenciana, Alberto Fabra, para ofrecerle toda la ayuda del Estado para la extinción de los incendios que están afectando a la región?
¿En qué cabeza cabe que el Presidente de la Nación española tenga que casi rogar a un presidente menor para que acepte la ayuda del Estado para acabar con un devastador incendio en la propia España?
¿Pero qué España nos hemos dado? ¿Qué locura es esta? Eso no pasaría ni con Portugal.
Ruego para que Europa ponga entre esas condiciones que nos va a imponer a cambio de la ‘póliza de crédito’, una clausula que hable de la reforma total de este Estado de la Autonomías absurdo que se ha convertido ya en un dislate.
Será la única solución.
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La sonrisa de la avispa