Si el «speaker» Pepe Reina es capaz de congregar a más gente en la Castellana que una manifestación de sindicatos es para que alguien se lo haga mirar. Hay más motivos para echarse a la calle por un cabreo social que por una alegría de la selección española de fútbol («la Roja»), pero al final es la euforia del fútbol la que saca a la gente a la calle para gritar. Sin quererlo, Vicente del Bosque ha logrado lo que varios ministros juntos serían incapaces de conseguir y deja un mensaje para el Gobierno, la oposición y los sindicatos: si son capaces de gestionar la ilusión van a tener a mucha gente detrás. Años de mensajes cenizos y de políticas económicas erráticas han llevado a la melancolía ciudadana, de ahí que el mérito de la selección tenga un valor doble: el deportivo y el social.
Del Bosque, al que en su día en el Madrid despreciaron llamándole «el tío del Bigote», es un tipo normal que ha sabido ser extraordinario en momentos claves. Otros entrenadores que presumían de tener «la pócima mágica» no llegaron a la final del europeo, y sin embargo este hombre tranquilo de Salamanca ha logrado dos títulos en cuatro años y sin presumir de darle a la «kriptonita» con la que Supermán cogía fuerzas. En una escuela de negocios alabarían la capacidad del mister para aprovechar los recursos de cada uno, daba igual quién pusiera en el campo porque lo importante era cumplir con el papel colectivo. Del Bosque le ha enseñado a Rajoy que en Europa a veces se gana jugando con bajitos, y que a Torres hay que sacarlo poco para que luzca mucho. Y quizá lo más importante: se puede ganar sin los lesionados Pujol y Villa. Sin duda que toda una lección de estrategia propia de un buen mariscal de campo, rematada con la normalidad de un tipo que no le da importancia a sus triunfos y que sabe esconderse cuando la fiesta corresponde a sus futbolistas. Del Bosque es un firme candidato al ducado del Feliz Hombre.
Ruge la calle porque tiene unas ganas enormes por gritar de alegría, así que no es que nos sobre ira es que nos faltan motivos para ser felices. Y esa manera de celebrar el triunfo de un equipo de fútbol logra que se vendan banderas y camisetas como nunca además de tener acreditado un efecto en el PIB de un país porque el triunfo en la Eurocopa o en un Mundial viene acompañado de un incremento del turismo. Lo suyo es no desaprovechar el tirón deportivo para seguir trabajando en la euforia colectiva porque demostrado queda que la alegría es más contagiosa que el desánimo, y que se puede ganar con bajitos siempre que se crean gigantes. Esa es la fórmula del «tío del Bigote», en adelante don Vicente.
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Rafael Martínez Simancas