Cataluña está en quiebra. Totalmente en quiebra. Aquel tripartito que la gobernó, incomprensiblemente, la dejó en la ruina más absoluta y el oasis catalán se ha convertido en un erial. Y el problema es que Artur Mas ya no sabe qué hacer para sacarla adelante. Porque, cuando creía que la solución pasaría por abundar en la vieja política del chantaje al Gobierno central, cosa que hizo con ZP, el PP consiguió mayoría absoluta y el grifo se cerró. Y desde entonces, el presidente de la Generalidad, agobiado por las deudas, anda metido en una letanía de acciones absurdas.
Primero se inventó los bonos patrióticos. Más tarde clamó por un acuerdo económico parecido al vasco. Después pidió dinero para pagar las nóminas de esos que andan ahora cortando las calles. Luego se cabreó y anunció que Convergencia Democrática de Catalunya (CDC) se echaba al monte y se hacía independentista para meter miedo. Más tarde, intentó hacerse amiguete otra vez de Rajoy para ver si le soltaba más pasta apoyando sus medidas de ahorro. Y, ayer mismo, viendo que nadie le hace caso, se convirtió en el Marlon Brando de la película Motín a bordo e hizo un llamamiento a las autonomías, que tanto desprecia, para que se rebelasen contra el Estado y no cumpliesen con el déficit. Y, además, lo hizo de una forma vehemente. Dejando el seny català a la altura del betún.
Lógicamente, sólo le faltaba una cosa así a la UE y a los mercados para terminar de darse cuenta de que en España el Estado es residual. La respuesta fue que la prima de riesgo se volvió a disparar y marcó récord histórico.
Pero en mal momento el Molt Honorable President quiso liderar la rebelión de los chupópteros autonómicos. Horas después de su propuesta de insubordinación, un juez lo dejó sin argumentos. Y, me cuentan, que sin habla.
El juez que investiga el saqueo al Palau de la Música, rompiendo la tradición catalana, declaró a CDC como responsable civil en la trama «a título lucrativo» y le ha exigido que deposite una fianza por valor de 3,2 millones de euros, bajo la amenaza del embargo de sus bienes. Dicho en palabras sencillas y entendibles: el juez sospecha de una presunta financiación irregular de uno de los partidos que sostiene a Artur Mas. Feo
asunto como se termine demostrando.
Al parecer, el Gobierno de Convergencia habría realizado adjudicaciones multimillonarias a grandes compañías a cambio de comisiones. Y una parte de esas comisiones se canalizaron a través del Palau de la Música, según el auto del juez.
Me imagino que, hoy, la reacción de Artur Mas será la de envolverse de nuevo en la señera, aumentar el victimismo catalán y radicalizar su postura independentista. Pero ya no será lo mismo porque al oasis catalán le empieza a abandonar el desodorante.
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La sonrisa de la avispa