martes, noviembre 26, 2024
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Hijos y padres de emigrantes

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El dato es demoledor y muy, muy, preocupante. En lo que va de año, es decir de enero a junio, han abandonado el país 40.625 españoles, lo que significa un 44 por ciento más que los que se marcharon al extranjero durante idéntico periodo del año anterior. Lo que hace apenas unos años era impensable -cuando se practicó aquella política de puertas abiertas de Caldera para que los inmigrantes pudieran entrar sin ningún tipo de control pensando que ESPAÑA era poco menos que «la tierra prometida»- no solo ha sucedido, sino que la virulencia del fenómeno es tremenda. Según los datos que ha facilitado el INE, hasta hace bien poco se marchaban, como mucho, 3.000 españoles al mes, mientras ahora la estampida llega a los 7.000 mensuales.

España vuelve a ser un país de emigrantes como en los 60-70, solo que entonces se marchaban obreros y mano de obra no cualificada que  aceptaba hacer trabajos que en países mas prósperos como Alemania e incluso los más osados cruzaban el charco. Recuerdo perfectamente como era la despedida de los padres de algunas amigas mías cuando se iban a buscar el pan que aquí no encontraban. Allí, en Alemania, trabajaban hasta al extenuación, solían vivir apiñados y en condiciones terribles con la única obsesión de hacer dinero rápido, cuanto más mejor, para enviarlo a su familia, conseguir algunos ahorrillos y volver lo antes posible cuando la cosa mejorara en nuestro país. Como Toledo, mi tierra natal, es una ciudad pequeña, todos sabíamos de las peripecias de los emigrantes. Su regreso en vacaciones era una fiesta, no solo porque llegaba el sustento y se notaba en su entorno familiar, sino porque nosotros en nuestra fantasía infantil convertíamos sus relatos en leyenda y aventuras increíbles. Ellos mismos alimentaban la fantasía viniendo cargados de artilugios extraños, productos y provisiones que jamás habíamos visto. En las casas, sin embargo, los adultos comentaban con tristeza, como una especie de drama, que fulanito o menganito se tenia que marchar y hasta que se instalaban en tierras lejanas, eran los propios vecinos quienes tejían una red de ayuda a esas familias para que tuvieran lo básico, hasta que ellos mandaran algo de dinero.

Tengo en mi memoria muchos recuerdos de aquella época y sobre todo el final desastroso de algunas de aquellas historias con desarraigo familiar, padres que no regresaron nunca y otros que volvieron con los bolsillos vacíos y mucha frustración.

Nuestros padres fueron emigrantes, pero lo que jamás pensamos, ni en nuestros peores sueños, es que nuestros hijos también lo serían. La diferencia es que los que ahora se marchan no son obreros poco cualificados, sino la generación más brillante y mejor formada de nuestro país. Los vemos marchar llenos de impotencia, atenazados por la rabia y el miedo y nos negamos a aceptar que nuestros hijos, criados en la abundancia y la opulencia, vayan a vivir peor, mucho  peor, que nosotros como inevitablemente va a pasar. Vemos el fenómeno como algo antinatural y ponemos en la diana a los políticos que han llevado a este país a la ruina, pero pocas veces nos miramos a nosotros mismos como colaboradores necesarios de tanto exceso y despilfarro. Nunca pensamos que la exigua pensión de los abuelos tendrían que servir para sacar adelante a toda la familia, ni que aquella burbuja inmobiliaria de la que todos quisieron sacar tajada en su medida terminaría por arrastrarnos al abismo. Es verdad que ya es tarde para el lamento, que de nada sirve seguir llorando por la leche derramada, pero tenemos derecho al desahogo y al pataleo porque seguimos viendo que la crisis no existe para algunos mientras a otros nos está machacando, constatamos ahora que no era sino una burda mentira aquellas frase errónea de Zapatero de que «las clases medias lo resisten todo». Quienes lo pueden todo son los poderosos de siempre, siempre subidos al machito, siempre cercanos al poder, tenga la ideología que tenga, siempre al lado de quien manda sea en los partidos, los sindicatos o los empresarios. ¡Que más da! Muchos siguen viendo este relato como una película de ficción que no va con ellos pero cada vez hay más gente que no está dispuesta a tolerarlo. Sé que esto no es un artículo al uso, sino un simple desahogo pero a veces el lamento es lo único que da segundos de sosiego.

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Esther Esteban

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