La vuelta de la Infanta Cristina y de sus hijos a Marivent -donde pasaran unos días de vacaciones con los Reyes y la Infanta Elena- ha puesto en marcha el ventilador: que si este es el signo más evidente de que la pareja está a punto de la separación, que si Urdangarin tiene una amante en Nueva York a la que visita con frecuencia… Rumores, solo rumores sin que nadie aporte una sola prueba de que efectivamente esa «garganta profunda» que parece estar al tanto de los sentimientos más íntimos de la pareja y que es quién los distribuye a diestro y siniestro, aporte una sola prueba de que todo esto es verdad. Lo habitual en una época del año en que escasean las noticias sabrosas, más ahora que todos los temas quedan bajo el espejo manto de la maldita crisis.
No sé si la Infanta Cristina e Iñaki Urdangarin acabarán por divorciarse, no lo sé, pero es fácil imaginar el deterioro que supone estar sometidos a una fuerte presión jurídica y mediática, que se les hará más y más insoportable según se vaya acercando el día en que el duque de Palma se siente en el banquillo a explicar la letra pequeña de sus negocios, ya que la de trazo grueso la conocemos a través del sumario que obra en poder del Juez Castro y de los abogados que le acusan o defienden.
Ante este negro panorama lo lógico es que la Infanta busque refugio entre los suyos, por más que estos se muestren inflexibles en cuanto a la posición de Iñaki dentro de la Familia Real. ¿A quién mejor que a una madre se le puede explicar lo sola que se siente en Washington, lo mucho que echa de menos a sus amigos, a sus hermanos y sobrinos? ¿A quién? Sin duda alguna a quien ha dado sobradas muestras de que además de Reina es madre, y que para ella los hijos y los nietos son su gran sostén, en un momento de su vida en que ve como todo por lo que había luchado se resquebraja.
Es difícil saber también, qué palabras habrá utilizado Cristina para explicar a sus hijos las razones por las que no pueden viajar a España, por las que no pueden soplar las velas el día de sus cumpleaños sin que estén presentes sus abuelos, sus tíos, sus primas, a los que tan unidos se sienten, y con los que han crecido, jugado, llorado y reído.
Siendo verdad que su padre tendría que haber pensado en todo esto antes de embarcarse en negocios a todas luces indecentes también lo es que los niños no tienen culpa de los errores de sus mayores, ni siquiera si los mayores son, como en este caso, una Infanta y su marido.
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Rosa Villacastín