En un momento como el actual, con el mundo a puntos de desplomarse sobre todos nosotros, Artur Mas insiste, como si fuera la prioridad máxima, en el pacto fiscal para Cataluña. El Parlamento catalán debatió ayer su propuesta de obtener una fiscalidad como la del concierto económico vasco.
Las aspiraciones de Convergencia y Unió, apoyadas entusiásticamente por ERC, y más vergonzosamente por otras fuerzas políticas, son ya viejas conocidas. Lo incongruente es que se debatan un día después de que Cataluña haya solicitado entrar en el club de los que necesitan ayuda del Estado para hacer frente a la inmensa deuda que acumulan.
Después de durísimos recortes, sobre todo sanitarios, que han dejado los hospitales públicos, antaño ejemplo de modernidad e investigación, convertidos en instalaciones fantasmales con plantas cerradas, el responsable de economía reconoce que no le cuadran las cuentas.
Es la comunidad mas endeudada de España. Debe más de 42.000 millones de euros y no tiene dinero para pagar a proveedores y a sus propios funcionarios. Igual que Valencia o Murcia, la principal preocupación del Gobierno de Artur Mas fue rechazar de plano la palabra «rescate». Es como si el oprobio de tener que recurrir a los «mayores» para que les salven de la quiebra fuera más doloroso que la propia situación de penuria.
España ha tenido que pedir un rescate a Europa para unas entidades financieras gestionadas por chorizos, entre ellas una Caja catalana, pero la palabra rescate ha desaparecido del diccionario. Ahora las comunidades autónomas siguen la misma senda.
Lo grave, lo verdaderamente grave, es que tras la petición de auxilio de Artur Mas la prima de riesgo, esa que marca el interés que todos los españoles pagamos por el dinero que nos prestan los inversores, subió a 650 puntos. Al borde del colapso financiero. Pero aquí seguimos dándole vueltas a si rescate si o si rescate no.
Mientras, los analistas y muchas cancillerías europeas dan por hecho la inminencia de una intervención en toda regla del Estado español y cuantifican la necesidad de fondos necesarios, aquí seguimos defendiendo la honrrilla nacionalista. La dicharachera alcaldesa de Valencia, Rita Barbera, aseguró que los suyos, los valencianos, no «somos tan malos» porque otros también necesitarán el rescate (que no es rescate). Como si fueran los ciudadanos de su comunidad los responsables del desaguisado de gestión que han hecho sus colegas del PP al frente de la Generalitat.
Y así todos barriendo para su pequeño patio particular mientras este país, el de todos, se encamina a la debacle y a unos recortes que impondrá la Unión Europea que vamos a sufrir todos. Todos.
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Victoria Lafora