La celebración de los Juegos Olímpicos en la antigüedad llevaba implícita una tregua: la tregua olímpica. Se paraban las guerras, se detenían las batallas. La única lucha legítima se disputaba en la arena, donde los atletas se fajaban en sus artes deportivas para lograr el éxito y el reconocimiento. En la Era de los juegos modernos, la tregua olímpica es una quimera; si acaso se detienen los juegos para continuar las guerras.
Durante el pasado siglo XX, se concibió una nueva forma de resolver la duda acerca de qué hacer durante los juegos de las distintas Olimpiadas: se inventó el boicot, una oportunidad de dar un corte de mangas si la cita deportiva se celebraba durante un conflicto determinado o afectaba a un país concreto. Muy notable fue la ausencia de los Estados Unidos durante la celebración de los Juegos del osito Misha, en Moscú, por causa de la guerra que los soviéticos libraban contra los afganos de Bin Landen. Paradójico, la verdad.
Ahora, salvo por lo que respecta a Siria, no parece haber mayores conflictos que aquellos que por su habitual persistencia apenas llaman la atención, y los Juegos de Londres serán un buen escenario para que hombres y mujeres de extraordinaria valía y fortaleza lleguen más lejos, más alto y sean más fuertes.
Nosotros, los españoles, entre tanto, esperamos que las nuevas de Draghi se materialicen de una vez: La prima siga su curso hacía la llanura de una cifra razonable y la Bolsa suba hasta las altas cumbres que nos devuelvan la esperanza en la recuperación. Quizá sea esta la tregua olímpica y que al menos durante los juegos de esta Olimpiada de la Era Moderna, no haya necesidad de que seamos rescatados porque las cosas se atemperan.
Veremos. Mientras, disfruten de los Juegos.
Editorial Estrella