Ha bastado que el irritante Mario Draghi haya abierto la boca para decir que el BCE va a hacer todo lo posible para poner a salvo el euro, seriamente amenazado por el acoso a las deudas soberanas de Italia y España, para que los mercados, esos entes con vida propia, insaciables y, en muchas ocasiones, irracionales como bien dijo el ministro de Economía, nos han dado un respiro. En cuestión de horas la prima de riesgo bajo de los 600 puntos y la bolsa repuntó tres enteros.
Las palabras, en esta maldita crisis, no se las lleva el viento. Al contrario. Una declaración inoportuna o a destiempo echan al traste el esfuerzo de las reformas. Por el contrario, una mera declaración de intenciones, que es lo que ha hecho Draghi, se convierten en elemento suficiente para que algunos miedos se disipen o se amortigüen. De este hecho incontrovertible deberían sacarse algunas conclusiones y una de ellas, quizás la más importante, es que los gobiernos, en este caso el nuestro, debe imponer una seria disciplina interna para que ninguno de sus miembros digan lo que no deben o se callen lo que se debería decir. Últimamente, el ministro de Exteriores se ha convertido en el ministro más locuaz y está por ver que no resulte ser el más osado.
El cuidar las palabras no significa invitar al silencio. Al contrario. En momentos de agobio y casi de pánico como los vividos en estos últimos días, se requieren explicaciones, presencias cualificadas para que los ciudadanos sepan con certeza a donde hay que mirar, mensajes con autoridad*La última comparecencia del Presidente del Gobierno tuvo lugar hace tres días cuando recibió en Moncloa al equipo que nos representa en los Juegos Olímpicos. Hizo el símil del deportista lesionado, que se duele pero sabe superarse. El tono de voz, el gesto del Presidente era el propio del deportista lesionado que trata de disimular el dolor. Cuidó las palabras porque sabe el trajín europeo en donde todo da la sensación de estar cogido con pinzas. Sabe Rajoy que las palabras no se las lleva el viento pero no debería olvidar que él es el principal referente del país, el único con plena autoridad y legitimidad para explicar lo que ocurre. En estos días de pánico su presencia era casi obligada.
Cuando se escriben estas líneas hemos pasado del pánico al miedo. La diferencia no es pequeña pero no hay que echar las campanas al vuelo. Con la baja de la prima de riesgo debe pasar como con las encuestas electorales. Tiene que haber una sucesión de ellas para que la tendencia se confirme. Aquí, igual. Hay que ver como se desarrolla la jornada de hoy y prestar atención al lunes. Si se confirma el descenso, si la tendencia a la baja se consolida podremos coger un poco de aire. Mientras tanto, cautela y una conclusión: la economía en general y los mercados en particular son extremadamente sensibles. Con la misma facilidad que se asustan por poco se animan también por poco. Draghi ha abierto una expectativa, pero sólo eso. Cuando de Europa se trata la experiencia demuestra que desde que se lanza una idea hasta que esta ve la luz y se aplica puede agotarse el infinito y nosotros, España, necesitamos dinero y nos falta tiempo. La ecuación , hoy igual que hace una semana, es una ecuación terrible. Un laberinto sin salida si las palabras de Draghi se las llevara el viento.
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Charo Zarzalejos