El ministro de Justicia, Alberto Ruiz Gallardón, que tanto luchó por traer los Juegos Olímpicos a Madrid, ha emprendido ahora su propia carrera hacia una meta que no es otra que el palacio de La Moncloa.
Gallardón siempre soñó con ser el presidente más joven de la historia de España, desde que Fraga le pusiera al frente del partido siendo un chaval, creyó que su meteórica carrera política iba a ser más corta y menos tortuosa de lo que luego ha resultado. Ahora peina canas hasta en la cejas y cree llegado el momento del acelerón final.
Las encuestas narran un desgaste insólito de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Insólito porque sólo lleva ocho meses en el poder. Sus propios votantes consideran que le falta liderazgo, conocimientos y decisión para sacar a este país de la peor crisis de su historia. ¿Va a aguantar toda la legislatura? Y si eso sucede, ¿se va a presentar otra vez como candidato?
Y ahí está Alberto Ruiz Gallardón, entrenándose. Porque para llegar a la Moncloa se necesita el apoyo de todo el partido. Eso, por ejemplo, lo sabe bien Esperanza Aguirre. Su reino está en Madrid y sería imposible para ella concitar el respaldo del resto de dirigentes autonómicos.
Por eso Gallardón, que para lograr la presidencia de la Comunidad de Madrid desplegó sus mejores galas de «conservador dialogante», «abierto de miras y de costumbres» consiguió el apoyo de propios y extraños. Ahora ya no necesita a esos votantes progresistas que se dejaron embaucar por sus cantos de sirena. Ahora necesita convencer a su partido, el PP, que de verdad es uno de los suyos. Prietas las filas.
Por eso ha intentado controlar el CGPJ aprovechando el escándalo (todavía sin cerrar) de la vergonzosa salida de Dívar. Ha tenido que dar marcha atrás porque era una apuesta demasiado salvaje incluso para el sector conservador de la magistratura: sus amigos.
Luego la ha emprendido contra los derechos de las mujeres en un afán por «protegerlas» para que puedan ejercer una maternidad que nadie les había prohibido y a la que no aporta ayudas económicas y si mucho respaldo moral y de principios. Su pretensión de prohibir el supuesto de malformación grave del feto como causa para autorizar un aborto ha provocado la reacción de eminentes neurólogos que advierten escandalizados del sufrimiento que padecen los niños que nacen con estas lesiones.
Su última apuesta, con la que pretende acercarse aún más al sector ultraderechista del PP, ha sido renovar el título de marqués al nieto del general golpista Queipo de Llano. Ese ilustre pensador que desde las ondas de Radio Sevilla lanzaba soflamas de semejante jaez: «nuestros valientes caballeros legionarios y regulares han enseñado a los cobardes rojos lo que es ser un hombre. De paso también a sus mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen. No se van a librar por mucho que forcejeen o pataleen».
Éste es el camino que se ha trazado Gallardón, sin caretas, para llegar a Moncloa.
Victoria Lafora-Estrella Digital
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