Me interesé por Gore Vidal a través de los comentarios desdeñosos de Norman Mailer. Me parece que fue en un ensayo de Mailer -«Nunca bailé en la Casa Blanca»- donde aparece Gore Vidal como el avieso enemigo intelectual de Norman. Imposible resistir la tentación de conocer quién era el que le perturbaba a Mailer.
En la sociedad casi victoriana estadounidense, tras la II Guerra Mundial, donde todo lo que olía a sexo o a comunismo se consideraba terrorismo social, la aparición de una novela de Gore donde se mostraba con naturalidad el amor entre dos hombres, causó un escándalo que le conminó al ostracismo intelectual, a la muerte civil, decretada por el poderoso y tiranuelo ‘New York Times’.
Resistió con un coraje que la mayoría de los heterosexuales no hubieran tenido, y ése fue el crisol donde surgió una rebeldía incontenible que nadie pudo parar, una osada manera de criticar a la sociedad que levantaba ásperas polémicas, porque Gore se dedicó con una gran inteligencia a sacudir la complacencia norteamericana. El hombre que dijo que la democracia es un dilema entre el analgésico X y el analgésico Y, pero que, en el fondo, los dos son aspirinas, inquietaba por igual a republicanos y demócratas, aunque su abuelo fuera activo político de estos últimos, y él mismo se inclinara por votar demócrata, aunque luego su lengua y su pluma no se mantuvieran ni quietas, ni mansas.
Gore fue uno de los intelectuales más corajudos y más valientes de la vida intelectual contemporánea. Un tipo inteligente que hizo por la aceptación de la homosexualidad, lo que esas locas del Día del orgullo Gay, desfilando por Madrid, pretenden destrozar. Y una de sus novelas, de alto contenido erótico, donde al final se descubre la transexualidad del protagonista, constituye uno de los más finos y perversos alegatos que yo he leído nunca en contra de discriminación.
Luis del Val-Estrella Digital
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