martes, noviembre 26, 2024
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España sin sincronía

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Pocas veces nos sincronizamos bien los españoles, esa es la verdad. Para ello, generalmente, nos vamos fuera. En Londres nos sincronizamos bien, con estilo y arte. Con gracia. En España no acertamos a acompasar el ritmo, a conseguir la armonía y hacer hermosa la suma de nuestros actos colectivos. Vamos cada uno por un lado, rompemos el equilibrio, disparamos fuera de la diana, con arco, pistola o rifle, que más da. No es que estemos lejos de la perfección, es que desconocemos el valor de lo compartido.

No hacemos nada en común, lo hacemos a expensas, en todo caso. Por eso, las chicas – las mujeres deportistas – cuando se lucen en el agua dando una lección de acompasamiento, de complicidad compartida y de movimiento armónico, no reflejan más que su buen hacer estético y el fruto de su esfuerzo deportivo. No son el reflejo de esta España rancia y cansina que se ahoga en olas de calor en medio de la crisis estival que es, al menos, como cualquier otra, aunque no sea en plena canícula.

Vaya si carecemos de simetría, que la bandera de nuestro corazón apenas si coincide en dos franjas de tres; que nuestra visión de la patria – ¡Oye patria mi aflicción!- para unos es de diecisiete coloridos y para otros es monocolor. No nos acercamos ni en los grises: para unos la solución de los problemas, para otros el reflejo atávico del mal gobierno con porra en ristre.

Es curiosa la falta de sintonía, y eso que somos pocos. Nos gobierna un dueto alternativo. Unas veces unos, otras otros. Pero ni siquiera nos reconocemos en esa alternancia: nos parecía un exceso de poca cosa. Así que multiplicamos la diferencia, la diversidad. No es que eso sea malo, todo lo contrario, en mi opinión, es que a veces lo distinto es un argumento de saña. Generalmente de saña contra lo diferente, así que el extraño nos ve peleones entre iguales, porque somos imposibles de administrar en la misma línea. Ni siquiera hay una línea – roja, dicen ahora – que marque el límite del abismo que divide en dos lo permisible y lo imposible: para unos está acá, para otros allá.

La falta de complementariedad, de ritmo común, se traduce en una paradoja extraña, en una simetría de contrarios. Las dos Españas. Es tremendo, pero es así. Si algo dibujan las encuestas es la pérdida del perfil de esa idea que aún subyace; pero aún subyace, aunque se desdibuje por otros.

Las dos Españas son un estado de salud emocional, una confrontación de pensamiento, una beligerancia intelectual. Por eso, en ese plano, a mi no me parecen mal. Sin conflicto, ni violencia; sin abuso ni pelea. Pero con posibilidad de remontar el curso de la historia con cierta sincronía. Dos Españas en el agua, simétricas, en nuestro presente disparatado.

Como dos imágenes iguales en el espejo: la aparentemente real y la reflejada, supuestamente imaginaria.  Tan verdaderas las dos, pero inevitablemente opuestas. No se rompe la idea del yo que se mira, aunque los brazos, las manos, los ojos son los opuestos ante la mirada. Igual que pueden serlo la visión o las ideas. Estando en el mismo sitio, son diferentes: es un engaño de la vista, o una realidad paralela, o una invitación a viajar más allá del espejo y sus imágenes engañosas. En cualquier caso, son posibles.

Esa sincronía de oposición luce bien entre las espumas de la piscina y los ecos épicos de una música que emociona. Falta divulgar la idea conciliadora de la tolerancia para que sea posible más allá del bordillo: la que nos permite ser como somos sin renegar de lo que somos cuando no somos nosotros los que enfocamos la mirada. Porque en la mirada del otro también está nuestra naturaleza: ve lo que somos, aunque su punto de vista sea distinto.

Como distintas son las formas con que se sumergen los cuerpos bajo el agua e igual es la estética de ambos cuando emergen, diseñando figuras geométricas imposibles, si no fuera porque los cuerpos que las dibujan se apoyan el uno en el otro. En eso consistió la parte más noble de la transición, un ejercicio de gimnasia deportiva, de natación sincronizada, una lección de atletismo reparador después de cuarenta años de pasividad gotosa

Pero no, ahora no nos sincronizamos bien. Nos desestructuramos con facilidad, nos difuminamos sin sentido y cuando recuperamos la línea – da igual cómo -, la línea es sólo la divisoria entre el entusiasmo y la resignación.

A estas alturas del partido, más allá de Londres, España es un artificio de contrastes, un caleidoscopio sin sentido, un juego de cuentas que se clavan en los ojos. La única simetría es la de la negación, y la de la negación de la negación. Estamos en la dialéctica de los contrarios, más que nunca, sin síntesis posible. Y aunque parezca mentira, eso nos une: nos vamos de la mano, perfectamente sincronizados y sin sincronía alguna, por el desagüe.

Y en la piscina quedarán las chicas –las deportistas- de la natación sincronizada preguntándose por el agua que las unía. Quizá vaya camino del Edén, a regar su jardín.

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