Félix era de izquierdas, pero de una izquierda civilizada, no simpatizaba con ETA, y no creo que decidiera morirse por reprocharle al esperpéntico alcalde de Marinaleda su machada de asaltar el palacio de verano del supermercado, como si fuera un Curro Jiménez.
En el extremo del ring Pepe Sancho, en la otra esquina Sancho Gracia, y en medio, no como árbitro, sino como amigo y mediador de los dos, Álvaro de Luna, que intentaba todas las semanas, y alguna fiesta de guardar, que los dos trenes expresos no chocaran de frente.
A pesar de todo, los tres grandes actores llenaron las plazas de toros de media España con un espectáculo pueril y divertido que rememoraba el éxito indiscutible de una de las grandes series de televisión. Y los tres habían brillado, y lo seguirían haciendo, en el cine y en el teatro.
Hoy toca hablar de Félix, porque como decía Larra es su día de las alabanzas, pero no cuesta mucho, porque el actor que creció en Uruguay con la mítica Margarita Xirgu, llevaba en la sangre la pasión y la facilidad de interpretar, como Pepe, como Álvaro.
La gracia de Félix (Sancho para los carteles) era eso que ahora se ha dejado en manos del director de reparto (casting para los pijos) y que consiste en elegir a un tipo con un físico que, nada más aparecer en la pantalla, la gente diga: «es el traidor, es el bueno, es un policía secreta, es un impotente, es un chulo o es farmacéutico». Con Félix daba igual. Los grandes directores de escena, fuesen José Tamayo, Miguel Narros o Gustavo Pérez Puig, no necesitaban pensar en el físico, porque Félix podía hacer de Calígula o de cura, y todo el mundo, a la décima de segundo de su aparición, quedaba convencido de que el tipo del escenario era una tirano loco o un sacerdote con mucha bondad y poco dinero.
La Gracia de Sancho era ese escaso don que no se adquiere por mucho que se estudie a Stanislavsky, y que la vieja diosa Talía reparte con bastante usura y solo alcanza a unos pocos. Entre esos escasos agraciados estaba Gracia, Sancho, Félix para los amigos que se duelen de su mutis definitivo.
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Luis del Val