En asuntos de política hay que relativizar la forma en la que se ven las cosas y procurar convivir con un continuo cuestionamiento del propio punto de vista; yo, al menos, soy rehen de eso tan seguro que llaman duda.
Durante mucho tiempo pensé que Zapatero, su heteredoxo acrónimo e incluso su propia ceja, marcaban el itinerario de una nueva izquierda que, sin pasar por ningún Bad Godesberg hispano, se había redefinido con nuevas aportaciones de la política radical, al modo del italiano Panella.
La económia, que iba necesariamente bien, como si un determinismo incuestionable asegurara su perpetua continuidad, aseguraba el Estado de Bienestar; así pues, entonces, prestos a abrir nuevos espacios ideologicos a la izquierda sobre, por ejemplo, derechos de nueva generación y el impulso de la igualdad y las libertades, así como de la recuperación de la memoria històrica – con gran división social-, que habría de sacar a muchos españoles de otras muchas cunetas y fosas del país.
Cosa que, dicho sea de paso, no sólo no ha ocurrido, gracias a una incompetencia timorata inaceptable, después de haber abierto una puerta que no se estaban dispuestos a cruzar.
La primera crisis de importancia -de mucha importancia, es cierto- se llevó al gobierno socialista por delante; a ZP a conferenciar con Cañizares entre abucheos, eso si, universitarios ellos; y al PP a la Moncloa, desde donde ha deshecho no sólo todo lo que hizo el lider leonés sino también mucho de lo creado en tiempos de González.
La revisión del modelo de servicios publicos, el fin de la negociación colectiva, la reducción de representantes públicos, la politica de restricción de derechos impresa en la reforma laboral, han sido algunas de las evidencias de la fragilidad y la reversibilidad de la política socialista sin grandes esfuerzos.
Se avanzaba, vaya, porque se dejaba, a la espera de una ocasión mejor: buena prueba de ello está en la figura del ministro de justicia, un hominido de tiempos remotos, encaramado en lo alto de la roca al ritmo de Sabina y de los buenos deseos de sujetos como los imperiales Bono o González, que una vez llegado al gobierno, revierte a tiempos anteriores a 1982 leyes que afectan a las mujeres. Las cosas como son.
La crisis, y la politica del PP demuestran que la única izquierda necesaria es la que hace cambios legislativos, si, pero sobre todo estructurales en el modelo economico, que los hace irreversibles y que los defiende con firmeza. Que esos cambios siempre se conducen en la dirección de la creación de riqueza real, de su reparto con una política fiscal progresiva y con el fortalecimiento de un sector público como garantía de un Estado potente, con capacidad para defender el modelo social.
Una izquierda que profundiza en un modelo educativo sòlido, que debería poner fin a esta mentalidad reaccionaria y disparatada de la que se hace proselitismo sin recato desde hace siglos.
Que los cambios en los derechos civiles están bien, faltaría; pero el gran avance es siempre el que subvierte realidades economicas en las que el capitalismo especulativo financiero, voraz y destructivo, que es el que manda hoy, es sustituído por modelos de progreso economico justos, productivos, necesarios, sujetos al desarrollo y a la investigación, creadores de riqueza, trabajo, bienestar social y sostenibles.
Nada de lo que hay en el hirizonte oficial ni nada de lo que había proyectado.
Ahora, el debate en la izquierda es entre quienes acusan al PSOE de ser lo mismo que el PP, y entre quienes se resisten y lo niegan. Es lo que hay, lamentablemente.
La derecha, entre tanto, atenta a la oportunidad, nos retrotrae a 1979, dejando los derechos de los trabajadores en la antesala de su Estatuto, y los derechos y oportunidades de los españoles en las buenas intenciones originarias de una lectura relativa de la Constitución, que ahora se interpretará, entre unos cuantos, por el que fue en su día uno de los más activos portavoces del Opus y el PP en el Parlamento contra las reformas más emblemáticas de la izquierda posibilista en el Gobierno, merced a un pacto entre los partidos principales.
Para que la izquierda pudiera ser una alternativa real, debería proponer una alternativa social y economica de izquierda -y esto no es un juego de palabras-, sin temor a revisar lo revisado en las última décadas del sigloXX.
Debería proponer a la sociedad un programa contra la crisis, una propuesta de relectura europea y ofrecer en ese programa una respuesta a las reivindicaciones que surgen, colectiva e individualmente, en una sociedad activa, que crece y se organiza relativizando el papel protagonista de las opciones tradicionales: en su firma ideològica y en su expresión politica.
Esa respuesta debería ser el primer paso para dar estado político a un desbordado malestar social, encauzarlo y materializarlo en una alternativa electoral con un compromiso claro, para responder a la crisis sin defraudar expectativas creadas. Si es que aún aspiran a la hegemonía politica y no están absorbidos por las tentaciones, tan griegas como romanas, del invento alemán: la grosse coalition.
Mientras tanto, dudar de todo es un valor seguro en estos tiempos.
Veremos que nos depara el nuevo curso, cuando el Edén sea un recuerdo de verano.
El jardín del Edén