Asegura el ministro del Interior, señor Fernández Díaz, que las acciones simbólicas del señor Sánchez Gordillo y del Sindicato Andaluz de Trabajadores desprestigian a España. También aseguran lo mismo (como si semejante aseveración fuera la idea-fuerza salvífica que los incondicionales del PP hubieran esperado para argumentar lo indefendible, o sea, la política del actual Gobierno) sus afectos, desde el último contertulio hasta el ministro o la ministra más renuente a pensar con su propia cabeza ni con ninguna. Sin embargo, a nadie se le escapa que el creciente desprestigio de España, así en el exterior como en el interior, se alimenta de otras causas y motivos, generados casi todos ellos, por cierto, por la infausta acción social, económica y política del Ejecutivo del que es miembro el señor Fernández precisamente.
Lo que desprestigia a España, pues la empobrece y la regresa a sus peores tiempos en todos los sentidos, es que por la ineptitud del Gobierno se sumen cada día miles de parados a la desesperante lista que ya va por los seis millones; que con dinero público, con el poco que queda, se subvencionen centros educativos privados que separan, como si pertenecieran a especies distintas, a los niños de las niñas en las aulas; que con dinero público, el que financia las televisiones estatales, se vuelvan a televisar sangrientos festejos que repugnan a la sensibilidad mayoritaria; que dos gobiernos regionales se peleen, ofreciendo un cochambroso espectáculo, por laminar las leyes que rigen el país a fin de ofrecer a los bajos fondos el subidón de «Eurovegas»; que el Gobierno acuerde con sus prestamistas extranjeros el despojo de los ahorros de centenares de miles de estafados por la Banca mientras tiende su manto de impunidad, protector, sobre los estafadores; o que se pretenda, merced a una estólida y despiadada concepción de la política, negar la asistencia sanitaria a los extranjeros más pobres.
El desprestigio de España, y en eso se puede coincidir con el señor Fernández Díaz, es evidente. Pero Gordillo y sus jornaleros andariegos, criminalizados hasta el delirio por refrescarse en la piscina de un señorito en los pasados calores, no son, obviamente, la causa.
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Rafael Torres