El nacionalismo vasco ha construido una ensoñación de país falsificando la historia. Euskadi nunca, antes del fugaz estatuto de 1936, había tenido existencia jurídica y política, y para remontarse a una realidad que se acerque a esas características habría que remontarse al origen del Reino de Navarra, cuando Guipúzcoa y Vizcaya eras señoríos de Castilla.
El nacionalismo se envuelve en una historia trucada para crear una realidad que no se sostiene en sus exigidas esencias historicistas de «derechos históricos».
Una comunidad política moderna se soporta únicamente en la voluntad de sus ciudadanos. Y ahora, en el año 2012 del primer periodo de democracia estable de la historia de España, los vascos, quienes habitan en los territorios de Álava, Guipúzcoa y Vizcaya, tienen la oportunidad de empezar a diseñar su futuro en un marco de paz en donde ETA ya no es una amenaza efectiva. Es una primera ocasión en la que nadie puede saltarse la Constitución ni el Estatuto de Gernika.
Las elecciones del 21-0 son las primera oportunidad que tienen los ciudadanos vascos para expresarse con reglas de juego claras, sin amenaza de Guerra Civil y con la promesa -valga lo que valga esa declaración- de que ETA no volverá a matar. Pero también nos obliga a todos a respetar el previsible crecimiento del nacionalismo que de una u otra manera tiene un horizonte soberanista en el camino hacia la independencia.
La situación exige una extrema vigilancia de que nadie se saltará las normas de la democracia, lo cual incluye también a quienes están aterrorizados por la eclosión de las expectativas de los herederos de ETA.
Según las encuestas demoscópicas, la suma de votos del PNV y Bildu podría superar el sesenta por ciento de las papeletas que se emitirán.
Son estas, unas elecciones en las que, de una parte, se disputa la hegemonía del nacionalismo entre esas dos formaciones. Y de otra, la definición teórica de un modelo político en el que la suma de PP y PSOE, que son partidos de obediencia autonomista, no parecen tener fuerza para definir otra vez un modelo de gobierno no nacionalista.
En dos meses, el mapa político de España puede ser distinto. Con Cataluña en una deriva fiscal y política al margen de la Constitución, cuya punta de lanza es el «pacto fiscal», y una Euskadi demográficamente con mayoría nacionalista.
En Euskadi casi todo depende del camino que decida tomar el PNV. Si pacta con Bildu, la deriva soberanista será muy difícil de controlar.
Y demostraría, además, que los dos partidos de implante en toda España no han encontrado una fórmula que seduzca a los vascos en tiempo de paz, sin terrorismo.
En ese supuesto, habrá ganado la partida estratégica lo que históricamente ha significado ETA: habrá dejado de matar cuando las condiciones de una victoria política de sus deseos se haya materializado. Corre peligro el axioma imprescindible para la democracia de que «el terrorismo no consiguió nada para sus fines».
La encrucijada es política. Se trata de conseguir demostrar que Euskadi puede y debe ser una realidad dentro de la Constitución. PP y PSOE, si se confirma una clara victoria nacionalista, deberán revisar las vías de agua que ha producido en sus cascos la política que han realizado.
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Carlos Carnicero