El mundo aún estaba perplejo por los grandes cambios culturales y la revolución del pensamiento político del año anterior.
Los jovenes franceses habían buscado el mar bajo los adoquines de París, mientras los norteamericanos, empeñados desde Kennedy en la carrera espacial, trabajaban incansablemente para surcar las aguas lunares del mar de la tranquilidad.
Armstrong fue la voz que puso las cosas en su sitio: la conquista de la luna. Y su pie el que dio el gran salto para la humanidad. Mao andaba enredado en el gran salto adelante: la represión y la hambruna; los checos se amoldaban al fin de la primavera y los sovieticos, pioneros con Gagarin, se quedaban a la zaga de la gran potencia del Imperio para conquistar el universo.
Ahora Armstrong ha muerto. Una operación de by pass coronario ha podido con el gran conquistador; Armstrong se ha ido como vivió, con humildad y discreción. «Estaré bien, no se preocupen ni llloren por mi», dejó dicho.
Fue un gigante, un ingeniero de los sueños, el autentico supermán de la iconografía americana, que miraba más allá, hacia las estrellas, mientras el mundo vivía atascado en las miserias y cosas de acá, las de la guerra fría, el horror de la guerra de Vietnam y la aparición de la contracultura, el fenómeno beat y la liberación femenina.
El mundo era así. Vasili Grossman, en un hermoso pasaje de su monumental obra ‘Vida y Destino’, nos cuenta que en la ciencia hay dos corrientes: la que tiende a escrutar el universo y la que trata de penetrar en el centro del átomo, y que ambas lo hacen sin perderse de vista pues cuanto más se sumergen los físicos en las entrañas del átomo más fácil es comprender las leyes relativas a las estrellas.
Así es. La ciencia, la investigación, trabajan para desentrañar los misterios de la vida, de nuestro planeta y de nuestro universo y es imposible desligar unas investigaciones de otras. Pasa lo mismo con nuestra existencia social: no podemos afrontar las realidades cotidianas renunciando a mirar más allá, a buscar respuestas que nos trasciendan para lograr el avance y el progreso de la humanidad.
Debemos resolver los problemas que nos aquejan sin dejar de invertir en la investigación científica, porque de ésta se obtendran a veces las respuestas de aquella.
La muerte de Armstrong nos recuerda la importancia que tiene la pasión natural del hombre por ir más allá de la línea del horizonte; por buscar nuevas fronteras del conocimiento y descubrir nuevas verdades sobre nosotros mismos que nos ayuden a lograr un futuro mejor.
Este argonauta del siglo XX, eludió las mieles del éxito que lo arrojaban a una existencia diletante y optó por la docencia en ingeniería, la actividad que llenó su larga y provechosa vida tras abandonar la NASA dos años después de conquistar la luna.
Su última aparición pública fue en un homenaje al primer cosmonauta de la humanidad, el ruso Yuri Gagarin, en Tenerife. Un elocuente gesto sobre la importancia de superar las confrontaciones para buscar, como especie inteligente, una vida y un destino mejor. Quizá más allá de los cráteres, montes y mares de la Luna,más allá de las estrellas.
Rafael García Rico