Imaginen por un momento que el gobierno legítimo de un país democrático se enfrenta a la extorsión de los terroristas. Tal vez el primer impulso sería el de tratar de ocultar dicha realidad a la opinión pública y gestionar el asunto de forma discreta. Todo aquello que se hace sin el escrutinio del común de los ciudadanos parece más fácil. Secreto para la eficiencia. Discreción a cambio de efectividad. Pero claro, estos enfoques resultan absolutamente caducos y obsoletos en la era de la comunicación masiva e instantánea. Hay muy pocos secretos que se puedan guardar cuando todo viandante o escuchante es un reportero en potencia y cuando basta que un archivo esté disponible unos segundos en un lugar del ciberespacio para que las copias se multipliquen en progresión geométrica.
Una vez que el gobierno en cuestión se da cuenta de la imposibilidad de aplicar la ley del silencio y los diferentes llevacarteras de los ministerios, los esbirros y mascotillas del staff comprenden que sus juegos de favores con los que se dicen periodistas, sus intercambios bajo mesa y mantel (cuando no bajo sábana) no conducen a nada, entonces esos mismos acólitos se ponen los gorros de analistas políticos, escudriñadores de encuestas o estrategas de campaña y vuelven a compartir mesa y lecho con los falsos periodistas para tratar de hacer de la necesidad virtud. Ahora viene el momento de la ponderación, de los análisis DAFO, de las proyecciones, las estimaciones.
Así las cosas, llega un momento en que el gobierno en cuestión es capaz de aceptar la mayor de las aberraciones, el acto más repugnante que seamos capaces de concebir, para evitar que los terroristas lleven adelante sus amenazas. Para mayor escarnio, además, los terroristas no se conforman con una contrapartida discreta, sino que exigen la pública humillación de los legítimos gobernantes (lo que simboliza la propia claudicación de la población en su conjunto). Y los gobernantes, tapándose la nariz, tragándose sus vómitos, aceptan la humillación, con el pretexto de salvaguardar un bien mayor, de cumplir con su deber… Apelan al juicio de la posteridad y se consuelan con el beneficio inmediato de un repunte en sus niveles de popularidad.
No sé en qué o en quién están pensando ustedes hasta este momento. Yo me limitaba a resumir la trama de la brillante producción televisiva titulada “EL HIMNO NACIONAL” debida al talento creativo de Charlie Brooker y estrenada en 2011 en el Reino Unido dentro de la miniserie “BLACK MIRROR”, recientemente emitida en España por Cuatro. Pura ficción. Claro que puede que sus suposiciones estuviesen discurriendo legítimamente por otros derroteros. Ya se sabe que las fronteras entre realidad y ficción son, a veces lamentablemente, difusas.
Juan Carlos Olarra-Estrella Digital
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Juan Carlos Olarra