Aterriza septiembre y el olor a miedo lo invade todo. Es espeso, dulzón, insoportable: paraliza. Los inmigrantes sin papeles se esconden para no caer enfermos. Los parados de larga duración hacen cuentas para caer en la subvención. Los que todavía tienen empleo sudan para conservarlo. Las madres llenan de miedo las fiambreras de sus hijos.
Los únicos que no tienen miedo son los bancos rescatados: para ellos hay botes de salvavidas. El nuevo IVA es una guadaña para los pequeños comerciantes. La economía sumergida se prepara para vivir en el miedo. Los ciudadanos observan la política como una amenaza. Los médicos, obligados por el juramento hipocrático, tienen miedo de atender a los inmigrantes sin papeles.
Vivir con miedo es morir un poco cada día. El miedo secuestra la dignidad y lanza a unos ciudadanos contra otros para sobrevivir. La criminalización es la tecnología del poder para esquivar sus responsabilidades. El miedo es el camino. Nosotros, los ciudadanos, no somos culpables, pero pagamos con nuestro miedo.
«Solo hay que tener miedo al miedo mismo». Lo dijo Roosevelt en medio de la Gran Depresión. Ahora no hay ningún profeta de los posible. La política ha sido sustituida por las declaraciones vacuas. El pánico es no ver a nadie en el puente de mando.
Agosto ha sido un bálsamo artificial que lo envolvió todo. Septiembre nos amenaza. Un final de año de más recortes y angustias. La movilización pacifica nos hará sentirnos acompañados porque la soledad es el caldo de cultivo del miedo. Hay soluciones, pero quienes tienen secuestrado el poder no tienen coraje para adoptarlas. Lo más fácil es apretar la soga sobre los que menos tienen.
Una sociedad movilizada es una sociedad fuerte. Una sociedad dormida está desarmada. Septiembre es el punto de partida. Si no ponemos freno a este disparate, las generaciones que vienen vivirán con más miedo. No se puede suplicar lo que son derechos. Los derechos se exigen y se toman. Y si no el miedo nos matará a todos por dentro. Este olor a miedo es ya insoportable.
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Carlos Carnicero