Lo que menos necesita un proceso de liquidación del terrorismo es ruido. El sigilo, la discreción y la eficacia tienen que poner la inteligencia por encima de las emociones. Más todavía cuando la disolución de la banda terrorista se va a producir con el intento de capitalizar réditos por sus herederos. Y con unas elecciones vascas como termómetro de la sociedad.
La concesión del tercer grado y la libertad condicional del etarra Bolinaga ha sido un proceso torpe, lento y zigzagueante que todavía no ha terminado. En él han tenido espacio las manifestaciones populares, las huelgas de hambre, los encontronazos entre la fiscalía y el juez, y lo que es peor: la confrontación dentro del partido del Gobierno entre el actual ministro de interior y su predecesor Jaime Mayor Oreja. Si ETA hubiera diseñado este proceso no lo hubiera hecho más a su medida. Un auténtico disparate.
La disolución de ETA tiene que tener la conducción e iniciativa del Gobierno y el apoyo, por supuesto de su partido, y de todas las fuerzas políticas y sociales.
Es imprescindible dejar atrás las emociones y conducirse con lógica política y precisión de micro cirujano. La única sensibilidad emocional tiene que ser con las víctimas. Una vez que se ha perdida la iniciativa no es fácil de recuperar. Sobretodo porque al universo abertzale se le ha facilitado la
estrategia en la que se siente más cómodo: se presente como víctima de la crueldad del Gobierno. Y esa imagen cala en su electorado potencial.
Haría muy bien el Gobierno en definir su estrategia con el terrorismo y en aplicarla con discreción y talento.
Carlos Carnicero-Estrella Digital
Estrella Digital respeta y promueve la libertad de prensa y de expresión. Las opiniones de los columnistas son libres y propias y no tienen que ser necesariamente compartidas por la línea editorial del periódico.
Carlos Carnicero