El periodismo de sucesos, el más puro por cuanto actúa y versa sobre cosas que han sucedido realmente, se mueve, sin embargo, sobre una delgada línea, traspasada la cual se abisma, irremediablemente, en ese sensacionalismo que abarca, en obscena gradación, todas las tonalidades del amarillo. El contrainforme del doctor Echeverría referente al hallazgo de restos óseos calcinados en la finca de Las Quemadillas, donde se presume que José Bretón asesinó a sus hijos, ha convocado, bien que sin pretenderlo en absoluto, a lo más granado de ese periodismo que desde hace un par de décadas sienta sus reales, sobre todo, en la televisión.
Persuadidos de que los restos hallados en la hoguera rectangular de Las Quemadillas pertenecen a Ruth y a José, las infortunadas criaturas desaparecidas hace once meses en Córdoba, los programas matinales, y aun los vespertinos y nocturnos, se han lanzado, en carrera desenfrenada, a exhibirlos a todas horas, incluidas las del pretendido «horario infantil». Esos huesos de niños, cual perecen ser definitivamente los hallados tras el informe de Echeverría y de los de otras eminencias forenses, son, parece mentira que haya que señalarlo, los cadáveres de dos niños, los restos mortales de lo que queda de ellos tras las sevicias sufridas, la última de ellas el fallido intento de eliminación de todo vestigio de sus personas. Cada uno de esos fragmentos óseos, cuyo examen, pese a ser crucial para investigación, se realizó en su día de cualquier manera, atribuyéndolos alegremente a roedores, registra y muestra la identidad de los menores cuyos rostros reconocería cualquiera por su amplia difusión. ¿Y qué decir de la madre y de los parientes y allegados de las criaturas? ¿Cuántas veces han tenido que verlas reducidas a esa desoladora materia quemada?
Durante casi dos semanas, desde que Echeverría desveló lo que las pesquisas policiales confundieron y desestimaron, los huesos de esos niños, sus cadáveres, han sido exhibidos por la televisión a todas horas, y las locutoras y los reporteros y los contertulios han extraído de esas imágenes la materia para rellenar los programas y el vacío sideral de sus comentarios y elucubraciones. Hay algo ominoso, ciertamente, en esa atracción por los restos quemados, pulverizados, confundidos, de dos criaturas.
Rafael Torres-Estrella Digital
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