Cuando no hay harina todo es mohína. En España tenemos a más de cinco millones y medio de personas sin empleo y ese drama está endureciendo la percepción que tenemos de los inmigrantes. Los que conservan un trabajo -en muchos casos empleos rechazados por los españoles-, empiezan a ser vistos con recelo por quienes nutren las colas del paro. Y a los que no tienen trabajo y están en situación irregular se les está empujando indirectamente a que abandonen el país mediante el procedimiento de obligarles a pagar la asistencia médica. Es verdad que la nueva y restrictiva directriz del Ministerio de Sanidad establece como salvedad los casos de urgencias o de dolencias graves que ya estaban siendo atendidas, pero el objetivo de fondo de la norma es, como digo, disuasor.
Aunque las cifras bailan según las fuentes, se calcula que en España viven alrededor de 900.000 inmigrantes «sin papeles». Es una cifra considerable que se suma a los cerca de cuatro millones que disponen de permiso de residencia. Hasta ahora, salvo casos aislados (algún incidente fechado hace algún tiempo en Almería), afortunadamente, no hemos tenido brotes de violencia de origen xenófobo similar a los que hemos visto en Gran Bretaña o Francia.
Pero la precariedad laboral es un caldo en el que fermentan muchas tensiones. La más primaria es anteponer lo de casa a lo de fuera. Es comprensible, pero no justificable. Sobre todo si caemos en la cuenta de que España ha vuelto a ser un país de emigrantes. Muchos españoles, jóvenes y no tan jóvenes, trabajan ya fuera de España: en Alemania, Inglaterra o Suiza o están buscando en otros países el empleo que no encuentran aquí. Ya no es aquél emigrante de las fotos en blanco y negro con la maleta de madera o de cartón atada con una cuerda; ahora, muchos de ellos son licenciados universitarios o profesionales muy cualificados. Pero también hay titulares de oficios más humildes. Y todos han tenido que buscarse la vida fuera de España. También son emigrantes. No lo olvidemos a la hora de opinar sobre los que tenemos en casa. No tengamos mala memoria.
Julia Navarro-Estrella Digital
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