No está el país para retratos al óleo por valor de cien mil euros o más. El prudente -o punitivo- rechazo de Ana Pastor, ministra titular de Fomento, a hacerse cargo de la factura del retrato del exministro Francisco Álvarez Cascos encargado al pintor Antonio López, ha puesto sobre la pista de uno de los múltiples agujeros, fruto de inveteradas rutinas institucionales, por los que se va el dinero del Estado. Dudo al calificar la decisión de la ministra entre la prudencia (virtud) y la venganza (pecado) porque es sabido que Francisco Álvarez Cascos es un político que ha pasado de serlo casi todo en el PP (secretario general y vicepresidente del Gobierno con Aznar) a pisacallos de los populares en Asturias donde merced a su extraña atracción por el abismo ha conseguido lo que parecía imposible: que el PSOE siguiera gobernando en el Principado.
En la era digital, la sola idea de perpetuar la efigie de exministros y otros próceres encargando costosísimos cuadros -en lugar de optar por una buena fotografía- invita a reflexionar acerca de lo lejos que hemos llegado en el culto a la personalidad incluso en un contexto democrático como el nuestro. Es sabido que en los edificios oficiales las paredes de los salones, pasillos y pabellones, aparecen jalonadas de retratos de próceres o funcionarios de alto rango. En ese caro deporte no hay discrepancias entre la derecha y la izquierda: hoy por tí, mañana por mí.
Históricamente, nunca se había interrumpido la secuencia. Cortando la inercia, la ministra Pastor -que doy por hecho renunciará a su retrato al óleo- ha venido a decirles a sus colegas que hay que ahorrar. También en vanidad. No está mal predicar con el ejemplo. Ahora falta dar otro paso para no escarnecer más a quienes cada vez pagamos más impuestos. Hay que conseguir que los expresidentes de algunas comunidades autónomas que mantienen de por vida sueldos, despachos y otras prebendas renuncien, también, a tan injustificables bicocas. Amén.
Fermín Bocos-Estrella Digital
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