En la puerta del bar se apoyaba una chica alta, rubia, de pecho abundante y larga cabellera. La miré; me gustó. ‘¿Entras?’, le dije. Y ella atacó su cigarrillo absorbiendo una calada: ‘¿Para qué?’, me dijo. No la entendí, o no quise entenderla. ‘¿Para qué va a ser, cielo?’ ‘Eso, para qué’, susurró con voz ardiente. Me despistó.
Miré la puerta del local, me asomé a través del cortinón rojo que cubría la puerta por el interior. Detuve mi mirada en la señora gorda que atendía la barra y luego fijé mis ojos en unas chicas sin apenas ropa sentadas junto a la barra. Salí. ‘Oye, cariño’, le dije. Me miró. ‘Dime’, me contestó echando el humo. ‘He pensado – insistí – en que podríamos entrar y tomar algo, ¿no te apetece?’ Las largas piernas blancas parecían suaves y firmes, apoyaba un pie en la pared y también la espalda se acomodaba contra ella. Miraba distraída, aburrida. Fumaba con parsimonia y el humo se enredaba en su pelo lacio que caía por los hombros sin ocultar sus pechos que sobresalían de una blusa azul celeste que apenas podían contenerlos. Miré más abajo, avergonzado al verme descubierto con los ojos clavados en sus tetas.
Llevaba una faldita blanca, de apenas unos centímetros, que amenazaba con dejar al descubierto su sexo si se movía. ‘¿Y a qué quieres que entre, corazón?’ Levante la vista, la miré a los ojos, me echó el humo. Contesté: ‘a tomar una copa, ¿a qué si no?’ ‘Son las cuatro de la trade, corazón, no tomo copas en la sobremesa’. ‘Ni yo’, contesté. ‘Lo que quiero es compartir un rato contigo, pero te resistes’. Me había armado de valor. Había dudado sobre su oficio – el más viejo del mundo, dicen- pero al asomarme me cercioré que aquel local era lo que era y que ella estaba allí a la caza, quién sabe si en una posición de ventaja, o por haber salido a fumar un pitillito. ‘Vamos anda’, me dijo y echó a andar. Movía el culo con una armonía misteriosa, balanceaba sus nalgas, apretujadas en la escasa tela que las cubría, mientras las piernas se extendían y caminaban con un ritmo caliente. Me puso a su lado, el perfil destacaba aún más sus senos. No pude resistir mirar por la rendija que mostraba la carne densa exprimida en un sujetador blanco que contrastaba con el azul de la blusa. ‘¿Dónde vamos?’ ‘A un apartamento, no querrás gastarte el dinero en una copa y luego no poder pagarme los servicios’. ‘Perfecto’, le dije mientras una sonrisa invadía la alegría de mi cara. Era mi cumpleaños – diecisiete primaveras- a un paso de la madurez. Mis ahorros, mi voluntad y mi energía. Todo a punto para descargar la adolescencia y recibir la juventud, y quién mejor que una profesional para emprender la nueva etapa de mi vida. Llegamos a un portal oscuro. Entró tras abrir con una llave la hoja de cristal. Se volvió. ‘Ven cielo’, no te asustes. ‘¿Asustarme?’ Me abalancé sobre ella, le agarré las tetas, arrastré mi lengua por su cara hasta que me dio un sopapo memorable. ‘Espera chiquitín, cada cosa a su tiempo’. Sonreí. Subimos. Abrió una puerta más: la de su apartamento. Estaba decorado como un garito de la noche. Distinguí, al fondo, una cama iluminada con luces indirectas.’ Luego, si aún quieres nos bañamos’. ‘Vale’, le dejé quitándome la camisa. ‘¿A dónde vas con tanta prisa, corazón?’ ‘A ti’, le dije, y luego me reí de la ocurrencia. Se rió ella y sentándose en la cama comenzó a desabrocharme el pantalón: hundió mi sexo en su boca, lo engulló, lo lamió, lo repasó suavemente con sus manos. Creí enloquecer, me empezó a acariciar con una mano abriéndome las nalgas, le desabroché la blusa, irrumpieron sus tetas llenando mis ojos, mordí sus pezones, apreté con fuerza las dos tetas, metí mi pene entre ellas, su lengua recorría distancias imposibles, sus dedos me abrían cada vez más entre las nalgas; la besé en la boca, me lamió los testículos, los apretó hasta hacerme saltar las lágrimas, me arañó el pecho, me mordió las tetillas, me hundió sus dedos en el culo, y los revolvió con habilidad mientras me corría en su boca de pastel frutas.
Abrió la boca y me mostró cómo dejaba que cayera en su garganta, se relamió, me quité los pantalones, la tumbé en la cama, se dio la vuelta, terminé de desnudarme, apagó la luz, sus piernas se enredaron con las mías, su lengua me lamió detrás de las pupilas, estaba mojado, tenso, excitado, y mi pene parecía un bate de madera. Escucha, déjate llevar., me dijo, apagó la luz, me dio la vuelta, me abrió las piernas.
Me metió un palo enorme por el culo, que me hizo gritar de dolor. ‘No era un palo’, me dijo. ‘Es mi palo’, me dijo. Y yo le dije, ‘pero, pero…’ ‘Pero qué, chaval, por quién me tomas’. ‘Déjate llevar, te he dicho’. Y me doblé en la cama, mientras ella entraba y salía con su miembro y sus manos me agarraban el pene y lo frotaban hasta que ya no pude más y le dije: ‘Más rápido, corre más, por quién me tomas’. Ella se rió, mientras sellaba la complicidad con un rotundo: ‘ya me corro, corazón’. ‘Y yo, campeón’, me dijo ella. O él. ‘Menudo cumpleaños, verás cuando lo cuentes’. Y entonces me acordé de que mi novia me esperaba para celebrar los diecisiete, esa misma noche, y que por eso yo había querido probar un poco antes.
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El Rincón Oscuro