A nadie que conozca un poco la Historia de España le resultará extraño encontrar a una parte sustantiva de la burguesía catalana comprometida en la aventura secesionista. El nacionalismo es un sentimiento pequeño burgués que exacerba los rasgos identitarios al tiempo que distrae al personal acerca del verdadero origen de las desigualdades sociales. En el «argumentario» catalanista, todos los males -los pasados y los actuales- tienen el mismo origen. Lo que genéricamente denominan: «el Gobierno de Madrid». Nada de responsabilidades propias en la gestión al frente de la «Generalitat». Sí el «tripartito», con Montilla al frente, dejó unas deudas que tardarán muchos años en pagarse o si el actual «govern», con Artur Mas de presidente, recorta gastos en sanidad y educación pero sigue financiando todo tipo de empresas, proyectos o instituciones cuya razón de ser es la «defensa de la identidad nacional catalana», nada de eso importa. En el discurso oficial, los responsables de los problemas financieros de Cataluña siempre son otros. A fuerza de repetir semejante falsedad, la cosa ha cuajado.
Tanto es así que a muchos de los manifestantes que secundaron la manifestación de la «Diada» les han convencidos de que «España expolia a Cataluña». Tal como suena. Y por eso reclaman ahora un estatuto fiscal propio. Unos por cálculo -«cuanto mejor, peor»- y otros por ingenuidad son muchos los catalanes que se han dejado reclutar por la idea de que la independencia es la solución a los problemas, graves, que sufre Cataluña como consecuencia de la recesión económica y de los errores e incompetencias de sus gobernantes -los de ahora y los de antes-.
Llegados a este punto caben dos preguntas. Primera: sabido que su base obrera residente en Cataluña se siente mayoritariamente española, ¿a qué diablos juega el PSOE en este juego? Segunda pregunta. ¿Por qué Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, se pone de perfil cuando se le pregunta por la deriva secesionista emprendida por Convergencia y su líder actual, Artur Mas? Son preguntas que el día después de la «Diada», no deberían quedar sin respuesta.
Fermín Bocos-Estrella Digital
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