Lo que más deploro del etarra Bolinaga es que haya logrado sacar lo peor que hay en mí, que me haya hecho despreciar el concepto de generosidad humanitaria o volverme contra una medida graciosa que hace evidente, no sólo el cumplimiento de la Ley, sino también la larga distancia que media entre un estado democrático y una banda criminal. Pero lo ha conseguido, y cada vez que se muestra en público con esos gestos de suficiencia victoriosa, mi repugnancia aumenta hasta límites que yo mismo desconocía.
El rucio no ha sido capaz de asumir como el producto de la existencia de un estado de derecho la concesión del permiso, sino que, vuelto hacia su parroquia de criminales, ha dado las gracias a esa ficción mítica que tanta sangre ha creado bajo el nombre de Euskalerría. No necesito que nadie me convenza de que esto, a pesar de todo, puede ser bueno, o al menos necesario, o quizá simplemente adecuado. Quién lo sabe. Estoy dispuesto a entender y a comprender todos los enunciados legales y las consideraciones políticas que permiten que la celda se abra para que este monstruo sin escrúpulos vaya camino de la tumba.
Pero a mí tampoco se me puede privar de mi legítimo derecho a poner en entredicho la decisión y a resaltar la conveniencia democrática, ella también muy legítima, de evitar sufrimiento y dolor a los que desde ayer van a tener que convivir con esta suerte de clemencia sin arrepentimiento alguno ni agradecimiento, y lo que es peor si cabe, con la sorna de la quincalla habitual que rodeará a este Mefistófeles alelado, que planteará, una vez más, la presunta debilidad del estado de la que ellos se benefician con insistencia.
Después de haber defendido los procesos de paz como un mal inevitable y de haberme visto, después de ellos, en la manifestación de repulsa por el atentado de la T4 y en el entierro en Mondragón de Isaías Carrasco, no puedo por menos que mostrar la rabia y el coraje que despierta en mi conciencia la hipocresía de quienes sabiendo que están acometiendo un acto intencionado hacia la banda, lo quieren presentar como el fruto de un acto de cumplimiento de la Ley en toda su dimensión.
No cuestiono a los jueces, de eso ya se encargan ellos a menudo; cuestiono el fondo de esta situación porque, señoras y señores, esto no es más que el primer episodio de una historia completa de capítulos insoportables con los que habrá que convivir, pero antes los que nos gobiernan deberían de tener el valor de reconocer la verdad de forma contundente y clara. Tan contundente y clara como la repugnancia, insisto, que hoy siento y manifiesto al ver a ese engendro miserable festejar una patada en la dignidad moral del estado, por mucho que esto se vista de acto de humanidad. Si quieren que lo exprese con más claridad todavía, siento más, mucha más compasión por Volante que por Bolinaga. Sin puntos aparte que valgan.
Rafael García Rico