lunes, noviembre 25, 2024
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Adiós, Aguirre, adiós

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Se acabó. Aguirre puso fin a su gobierno. Nueve años después del tamayazo, la lideresa se marcha. Dice en su renuncia que la política es una actividad temporal. Lo dice después de treinta años sin interrupción ocupando cargos públicos. Y dice que se marcha por una enfermedad grave de la que también dice estar curada. El caso es que se va como vino, entre sombras. Con medias verdades y muchas cosas ocultas. Atrás quedan los episodios regionales de su acceso a la presidencia autonómica, aquella grotesca comisión de investigación, las elecciones repetidas. No tan atrás sus esperpénticas salidas de tono, su populismo irracional y su agresividad estética buscando siempre el conflicto y enfrentándose con chabacanería a toda crítica, por muy justa y evidente que esta fuera.

Se va Aguirre, después de buscar un continuo cara a cara con Gallardón, el alcalde, o con Rajoy, el candidato. Lo ha hecho, de nuevo con Rajoy, el presidente y con Gallardón, el ministro. Desde el edificio de Correos. Siempre tocando la fibra sensible del electorado más radical del PP y aprovechando las circunstancias adversas de la travesía del desierto o la conflictividad social desde el gobierno. Se va como vino, siendo profundamente desleal. Desleal a la democracia aceptando el tamayazo – ¡Si sólo hubiera sido aceptación!-, desleal a los suyos: a Rajoy, a Gallardón, a Granados, a muchos diputados – algunos espiados sin explicación plausible-, consejeros – también espiados- o que le financiaban la fiesta – abandonados a su suerte en un falso grupo mixto-, un sinfín de contradicciones entre calcetines y planos, desleal a su séquito de pelotas oficiales con destino en Bombay, la ciudad, no la ginebra de moda-, de donde huyó sin consideración alguna hacia los que dejaba bajo las camas y las alfombras al pairo de un destino incierto, para calzarse “calcetines de vuelo” y convertir la huida en un acto de heroicidad.

Ha querido matar arquitectos y denunciar universitarios que, según ella, la amenazaban de muerte, todo al mismo tiempo. Abucheada por todo tipo de funcionarios y descubierta en la falsedad de un presupuesto y un déficit irreal, causante como pocos de gran parte del drama nacional. Pero, sobre todo, ha sido la vanguardia acorazada del giro hacia una pintoresca y oportunista extrema derecha del PP en muchas ocasiones y con muchos asuntillos de los que apenas gusta remover cuando los jefes se sientan en la Moncloa. En fin, menos maestros, más hospitales privatizados  después de financiarse con dinero público, carreteras radiales de vergüenza y si, colegios bilingües, pero sin becas, ni comedores ni libros de texto a precios accesibles.

Ella, que fue el ariete contra el IVA se iba a ir sin dar una nota discordante y para tapar su campaña vergonzosa contra los impuestos y tasas que continuamente ha subido, defendió, sin venir al caso, el fin del modelo autonómico con la misma frivolidad que quería meter en la cárcel a los hinchas del Barça o a los del Atlethic por pitar en un partido intrascendente. En fin, como remate nos coloca muy antidemocráticamente, igual que accedió ella al cargo en aquellas elecciones del revolucionario mes de brumario – tan oportuno por su significado-, a su empleado delfín, el señor González, prototipo masculino de si misma con presunta indelicadeza para el siseo. De todo lo que ha sido y ha significado le reconozco valía y valentía, al menos hasta ahora, y desde luego menos elegancia pero más decencia que la expresada por su adversario habitual, el sinuoso Gallardón que con penosa y fastidiosa mezquindad elogia ahora todo lo que presumía despreciar.

Rafael García Rico

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