Manolo Azcarate contaba en sus memorias cómo llegó Carrillo a Toulouse, comisionado por el Burò Político del PCE y Dolores Ibarruri, para poner orden y mando en el desaguisado organizado por el audaz y valiente Jesús Monzón, el lider comunista que leyó en la fortaleza de los guerrilleros republicanos españoles en la Resistencia Francesa, la fuerza motriz, con el apoyo de una fantasmagòrica Junta Suprema – al modo de 1808- para la restauracion republicana con la ayuda de los aliados.
Los hombres de Monzón cruzaron a España por el Valle de Arán y antes de llegar a Viella, el joven Carrillo ya había abierto los ojos a los guerrilleros, desmontado la «irresponsable» operación y señalado con potente dedo acusador al propio Monzón con la dialéctica demoledora del proceso interno al modo estaliniano vigente entónces.
Por el contrario, la carrera del joven funcionario comunista en la defensa de Madrid, cobraba ahora la fuerza y el vigor de un liderazgo imparable, cuya seña de identidad fue la de la supervivencia hasta que la crisis interna del PCE le obligó a «situarse» fuera de él, utilizando el viejo lenguaje de los camaradas, empujado a los infiernos por obra de algunos de los que luego se colgarían con impudicia de los cargos públicos – hasta ministros- que ofrecía el PSOE, mientras él, digno perdedor, se limitaba a la defensa intelectual de sus ideas. Afortunadamente para los socialistas, algunos y algunas de sus leales camaradas, pasaron a contribuir al verdadero fortalecimiento del nuevo proyecto del PSOE y hoy se cuentan entre los cuadros destacados de ese partido.
Sin Carrillo, las polémicas historicas del siglo XX español, perderían muchas de sus aristas: las de la guerra, las del gobierno con mano de hierro del PCE del exilio en abierta oposición a Semprún, Claudin, Eduardo García, Lister o el mismísimo Ignacio Gallego, según cada momento y cada «caracterización del periodo» de turno.
A todos enseñó la fortaleza de su mando y con la versatilidad del joven político en esencia, madurado en los duros castigos de la vida, fue capaz de adaptarse, como sucediera con muy pocos de los viejos cuadros bolcheviques que sobrevivieron al éxito de su revolución, marcando el rumbo de la más poderosa, generosa y combativa fuerza antifranquista, a cuyos sacrificios se debe mucho de esta democracia tan desprestigiada por detractores ajenos, arribistas medradores o banales simplones que ocupan cargos que sonrojan a cualquier párvulo decente.
Recuerdo su pragmatismo envuelto en la bandera rojigualda con la determinación de no perder todo el capital atesorado en la dictadura por el vértigo anticomunista y la poderosa recreación de un socialismo incomparecente, en gran medida, hasta aquel momento, pero poseedor de la clave de la memoria historica, esa sí que sí, trasnmitida sigilosamente en
la larga noche de la dictadura.
Carrillo encajó el duro golpe. Más duro tras la portentosa demostracion de fuerza del PCE en los días de la llamada semana trágica, en enero de 1977, con el asesinato de los abogados laboralistas de Comisiones Obreras.
Al final, tenía que perder. Perdió la posición preminente de la izquierda, a pesar de haber sido artifice de «la normalidad» que buscaba Suarez. Y perdió más con la abrumadora mayoría socialista del 28 de octubre. Y todo ello tras dejar rastro imborrable de las fortalezas de sus convicciones al negarse a la humillación de Tejero, quedandose en majestuosa y hieratica postura, en el escaño durante los disparos en la intentona golpista, mientras la Democracia se arrastraba – excepto su amigo Suarez en simétrica equivalencia -bajo las botas de Tejero.
Se ha ido. Nadie, tras la recuperacion democrática, ha recibido tanta inquina y falsificación sobre sus actos como Carrillo, convertido en una especie de superviviente del mal. Da igual, toda esa rabia está amortizada, y Carrillo refleja con su fuerte vocación política el significado de la entrega, el compromiso y la dedicacion que surgen de la nobleza de los ideales, por muchos y obvios errores cometidos. Aunque a veces defenderlos cueste transitar, tras las transiciones,sin partido.
Buen viaje, Santiago.
Rafael García Rico