El abandono de Esperanza Aguirre de la primera línea de la política, con su dimisión como Presidenta de la Comunidad de Madrid, ha sido una decisión estrictamente personal, pero en la que a medida que pasan los días parece claro han influido diversos factores, algunos apuntados explícitamente por la propia interesada y otros que están ahí aunque Aguirre no se refiriera concretamente a ellos. Entre estos últimos figuraría uno no menor, como es su conocida falta de sintonía, al menos política, con el presidente de su partido, Mariano Rajoy. En cuestiones tan importantes como la subida de los impuestos, la reorganización del Estado Autonómico o la política antiterrorista, las posiciones de Aguirre y de Rajoy eran muy diferentes, por no decir, enfrentadas.
Pero la cuestión que quiero tratar en esta columna no es tanto las razones de fondo de la dimisión de Esperanza Aguirre, sino la que ya empieza a ser la larga lista de «cadáveres» políticos que Mariano Rajoy va acumulando en su particular armario. Cuando en marzo de 2008 perdió por segunda vez consecutiva las elecciones frente a Zapatero, el líder del PP se presentó en el famoso y polémico Congreso de Valencia donde hizo su equipo, del que apartó a personas como Ángel Acebes o Eduardo Zaplana que habían tenido un papel muy destacado, no solo en los gobiernos de Aznar, sino en esa primera legislatura de Zapatero (2004-08) en la que Rajoy fue el líder de la oposición.
Pero es que días antes del citado Congreso de Valencia, la presidenta del PP del País Vasco, María San Gil, un referente ético, moral y político para la inmensa mayoría de los votantes del PP dio un sonoro portazo a Rajoy abandonando la redacción de la ponencia política que se iba a debatir en el cónclave popular y dimitiendo como líder de los populares vascos. A la salida de San Gil siguió la baja como militante del PP de otro símbolo para muchos españoles, el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, que estuvo secuestrado por ETA por espacio de 532 días. Y el gran fichaje de Rajoy para las elecciones del 2008, Manuel Pizarro tampoco tardó muchos meses en abandonar el Congreso de los Diputados. Por no hablar de la reciente caída en desgracia del otrora poderoso vicepresidente económico de los gobiernos de Aznar, Rodrigo Rato.
¿Qué tiene Rajoy para que gente tan valiosa y distinta como los citados opten por dar un paso atrás o la retirada total de la política? Parece evidente la poca capacidad de convicción del actual presidente del Gobierno para intentar retener a su lado a los mejores y, por el contrario, la facilidad para rodearse, vamos a decirlo de forma fina, de gente no tan preparada. A lo mejor, la respuesta es más sencilla de lo que parece y simplemente es lo que quiere.
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Cayetano González