«La cura va buena, pero el ojo se pierde», rezonga el saber popular cuando un remedio que ha sido proclamado como solución resulta ineficaz. Es lo que está pasando en España con las medidas anti crisis diseñadas por el Gobierno. Por desgracia, no solo seguimos en recesión sino que se va a prolongar. Lo dice el último boletín del Banco de España. Antes fue la CEOE quien ya avisó de que el año que viene podemos alcanzar los seis millones de parados.
Estando como está la prima de riesgo y siendo tan elevados los intereses que hay que pagar para obtener dinero en préstamo parece que las salidas que tiene el Gobierno son escasas: aplazar la petición del rescate global a la espera de los efectos benéficos que puedan producir los cien mil millones apalabrados ya con el BCE para capitalizar a los bancos quebrados o mantener la actual situación de agobio. A juzgar por las palabras elusivas de Luis de Guindos, ministro de Economía y virtuoso en el hallazgo de eufemismos con los que evitar la palabra «rescate», la cosa está al caer aunque lo disimulan. En la prensa salmón europea se habla del «orgullo español» para explicar la calculada premiosidad del Gobierno. Es algo más que una cuestión de orgullo; también hay un cálculo político y no solo referido al impacto que la petición de rescate -y sus leoninas condiciones- podría tener sobre el electorado gallego llamado a las urnas dentro de un mes. Es la lección de la experiencia vivida en Grecia, Irlanda y Portugal: el Gobierno que pide el rescate pierde las elecciones y pierde el poder. Por eso Mariano Rajoy marea la perdiz. Por eso y porque la reforma laboral y los recortes no resuelven los problemas que han provocado la recesión. Lo estamos viendo en Portugal. Un año después de pedir el rescate que aparejaba un plan de ajustes durísimo, mira por dónde, resulta que han doblado el paro. Ya están en 15 por ciento. Lo dicho, la receta no funciona. Habrá que empezar a pensar en otras.
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Fermín Bocos