“Yo quiero ir por el camino del crecimiento que pone a los estadounidenses a trabajar, con más dinero en la caja porque están trabajando”, con estas palabras el polémico aspirante a la Casa Blanca introducía en el primer debate electoral de las elecciones norteamericanas el ejemplo negativo para rechazar las políticas de Obama, sentenciando acto seguido “No quiero seguir el camino de España”.
La mala fortuna ha hecho que el candidato republicano, Romney, haya elegido la piel de toro para justificar un cambio en los registros de la estrategia económica norteamericana. Sin encomendarse a nadie más que a sus expectativas, nos dejó convertidos en un bochornoso ejemplo de desastre-país, caracterizado por dedicar “el 42% de sus impuestos en el estado”, concluyendo con un “Nosotros nos gastamos también el 42%”.
Nos ha dejado el aspirante como muestra de fracaso, como país fallido; en los márgenes de esos otros estados que solemos mirar con displicencia desde nuestra terrible crisis económica, porque se sitúan en continentes con menos suerte. “No somos Uganda” había dicho Rajoy en una de sus observaciones menos afortunadas.
Quizá tuviera razón, y en términos de confianza, desde ayer Uganda cuente con mayores simpatías, aunque sea por desconocimiento, que las que ofrecerá nuestro país entre millones de norteamericanos, sus líderes institucionales, empresariales y entre los creadores de opinión que simpaticen con el candidato o que, simplemente, encuentren en la invocación una oportunidad para enfocar la mirada del mal, un uso tan frecuente entre nuestros aliados de la OTAN, socios estratégicos y titulares de bases en nuestro territorio.
Se piense como se piense o se mire como se mire, nos ha hecho daño. La marca España era una invención ocurrente, es posible, pero era un bien común a construir; lo hecho hasta ahora, desde luego, ya no bastará – desde luego no había calado- pero desde ayer será muy importante establecer nuevas acciones que mejoren lo que los expertos en comunicación llaman atrevidamente el “posicionamiento” de España como país receptor de la confianza para hacer inversiones y desarrollar nuevas oportunidades.
De lo contrario nos quedaremos avocados a ser receptores de inversionistas de tan dudosa ética empresarial y tan pocas virtudes morales como el señor Adelson, un norteamericano que, también desde ayer, debe ser de los pocos que ve en nuestro país un lugar con posibilidades.
Lo que es evidente es que nuestra crisis económica y financiera y la escasa ayuda de nuestros socios europeos nos pone en la mesa de cualquier debate como un ejemplo, un mal ejemplo, cuando la realidad dice, por otra parte, que aquí se está interpretando el rigor de las necesidades con la firmeza que se nos requiere. A pesar, incluso, del daño que muchos españoles sienten que se les hace.
Editorial Estrella