No es necesario leer con detalle las encuestas oficiales o los estudios de otros medios para identificar que hay una relación directa entre el desgaste de lo que se llama vulgarmente “clase política” y la crisis económica. Y tanto por las consecuencias directas que ésta provoca en la población como por la percepción social que hay acerca de cómo ésta se gestiona desde los poderes públicos, incluido el Parlamento.
Los españoles, los de todas las comunidades autónomas, tienen en la exploración demoscópica un sesgo de sentido común bastante evidente, aunque éste no pueda convertirse en un recetario por sí mismo para definir la forma en la que deben actuar los responsables públicos. La cuestión es que la opinión pública identifica con claridad la realidad de los problemas: el desempleo, la deriva institucional, los problemas económicos, el desorden autonómico, por citar los temas de mayor calado.
Los españoles los enuncian y apuntan soluciones que son fruto de una decisión espontánea o inducida, pero el debate político requiere de una aproximación de mayor profundidad a dichos asuntos. Eso no merma en absoluto la certeza con la que nuestra sociedad define sus preocupaciones y obliga a que sus dirigentes tomen las medidas oportunas con inteligencia, reflexión y el mismo sentido común que apuntan los ciudadanos.
No puede haber dos realidades: una institucional y una social. Sólo debe haber una visión, y la primera debe corresponderse con la segunda. Nuestros políticos no pueden escudarse en los resultados electorales para obviar la responsabilidad que tienen ante el rechazo de la sociedad. Cuando reaccionen, será tarde. Cada elección a la que se somete a prueba, la fidelidad del votante es un argumento más para la desafección si esa fidelidad es nuevamente obviada al día siguiente del resultado electoral para trazar un camino inverso, o al menos diferente, del establecido en la campaña electoral.
Son tiempos de exámenes que exceden a la clásica encuesta: pronto muchos ciudadanos votarán. Será una buena ocasión para que los partidos políticos mayoritarios hagan acto de contrición más que de soberbia electoral, y traten de reconciliarse con la mayoría social que hoy, sobre el papel de una empresa que hace muestreos, rechaza la forma en la que se conducen quienes nos gobiernan, quienes legislan o quienes se oponen.
Editorial Estrella