Las encuestas reconocen el descrédito de los políticos, la desconfianza de los ciudadanos, el desencanto colectivo, la ausencia de liderazgo en una situación de crisis como no habíamos conocido. Pero llevado al extremo, y algunos se están empeñando en ello conscientemente, cualquier día vamos a tener un grave disgusto porque alguien va a encender la mecha. Los pirómanos no pueden trabajar de bomberos. Esto es fácil. «Todos los políticos son culpables». Los demás -usted, yo, el que trabaja en la economía sumergida, el que no paga el IVA, quien explota a sus trabajadores y aquél que está de baja sin tener nada- no lo son. Esa querencia nuestra a mirar para otro lado, culpabilizar a otros y no hacer nada es uno de nuestros mayores lastres. Claro que se puede exigir a los políticos que hagan otras cosas. Pero no se puede criminalizar a toda la clase política y aspirar a la democracia asamblearia o la vuelta a tiempos que afortunadamente dejamos atrás. Es momento de propuestas y de pactos, no de calentones.
Algunos ofrecen ideas. Transparencia Internacional, por ejemplo, ha chequeado las fortalezas y debilidades de las doce instituciones españolas más importantes, desde el Poder Judicial al Legislativo, desde los partidos a los medios de comunicación y ha demandado un marco de acción inmediata: por ejemplo, una estrategia nacional de lucha contra la corrupción -espero que la grande y, también la pequeña, la que todos nos perdonamos-; reglas que obliguen a la transparencia en la financiación y gestión de los fondos por parte de los partidos y de los gobernantes; una reforma electoral que haga más democráticos y representativos a los partidos; y la despolitización de la elección del Poder Judicial o del tribunal Constitucional.
La integridad de las instituciones es fundamental para devolver la confianza a los ciudadanos en los políticos y el único camino para que los gobernantes puedan plantear un camino de sangre sudor y lágrimas. Por supuesto que hay que hacer las reformas económicas, educativas y sociales que pongan en marcha el país. Pero también hay que hacer otras de mucho más calado, que signifiquen instituciones transparentes, independientes, eficientes, con controles rigurosos y eficaces y que rindan cuentas. Instituciones que no estén dominadas por corporativismos ineficaces o por pequeñas oligarquías -como los partidos- que extienden sus tentáculos por todas partes.
Necesitamos una Administración pública profesionalizada y sin duplicidades ni cargos innecesarios, y una Justicia realmente independiente, que acaben con la corrupción y que gestionen eficientemente los recursos públicos y las demandas de los ciudadanos. Todo ello, hoy, en medio de la crisis, no es posible sin un gran Pacto Nacional y un compromiso de todos los partidos, organizaciones sociales y hasta los medios de comunicación, por la integridad, la transparencia y la unidad. Eso para los que tienen el poder. Pero ser ciudadano exige hoy también un compromiso ético con la democracia y una exigencia tanto colectiva como individual. Aventuras, las justas.
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Francisco Muro de Iscar