En algo tiene razón Rubalcaba. El resultado de las elecciones del domingo no es un cheque en blanco para el gobierno. Pero parece mentira que quien hace este recordatorio sea el primero en ignorar el significado político que estas elecciones tienen allende las comunidades que han votado. En los pasillos del Congreso, Rubalcaba ha rechazado pronunciarse y ha remitido su opinión a un impreciso “mañana”, por hoy.
No es un cheque en blanco por dos razones fundamentales. La primera, porque en política no existen semejantes créditos y porque, al fin y al cabo, han sido unas elecciones parciales. Ateniéndonos a eso, Angela Merkel, que ha perdido todas las elecciones parciales habidas en los estados de Alemania, debería haber dimitido hace meses para convocar elecciones generales.
Pero lo importante radica en el significado que hay que dar al voto ciudadano en una situación extrema. Los gallegos, seguramente, apostaron por la estabilidad de un gobierno fuerte frente a la experiencia de las coaliciones diversas; los gallegos, quizá, prefirieron la moderación, aun a pesar del esfuerzo que realizan con los recortes que sufren, frente a la incertidumbre de un giro radical. Y esto lo hizo la mayoría de los gallegos que votaron el domingo, muchos menos en conjunto, de los que votaron en 2009, y por tanto muchos menos, también, apoyando a cualquiera de las opciones presentadas, excepto la del veterano Beiras, de nuevo en el parlamento de Santiago.
Por eso no hay cheques en blanco. Porque los resultados hay que medirlos contemplando todas las variables, y la de la abstención y la del giro radical que desprograma la alternativa moderada, son indispensables. Esto debería hacer que la prudencia se impusiera en el juicio que los populares hacen del resultado. Toda vez que, además, en Euskadi, el PP ha quedado prácticamente reducido a la marginalidad, precisamente en una comunidad en la que el foco político tendrá muchísima más intensidad para definir nuestro futuro global como país.
Así que, más allá de la afirmación de un tocado Rubalcaba, el PP debe contener la alegría por el alivio y ser responsable y sereno en la administración inteligente del resultado. Por su parte, el PSOE debería hacer algo más que hablar acerca de “profundas reflexiones ideológicas”, ya que la inmediatez se impone y la abstracción de semejantes debates los alejará cada vez más de la realidad y de los ciudadanos a los que representan.
El famoso suelo electoral de noviembre se tambalea bajo los pies de Rubalcaba y de todos sus compañeros en los órganos de gobierno del PSOE. El tan habitual “prietas las filas” no parece ser el cántico que una cada vez más estrecha masa de votantes socialistas desea oír de su partido de referencia. Más bien todo apunta en la dirección contraria: qué algo se mueva, que algo cambie. Y los cambios deben ser a pie de obra, no ignorar su imperiosa necesidad para la supervivencia bajo subterfugios de conferencias, debates, convenciones y todas las modalidades que el catalogo de demoras ofrece para eludir el juicio claro y rotundo que se enfrente a la realidad de los acontecimientos.
España necesita una oposición fuerte e integrada; la dispersión en estas horas de rechazo social a la política y de abandono de la confianza en las instituciones, no es un buen contexto para enfrentarse al folclore irresponsable del soberanismo catalán y el futurible discurso independentista que ya se empieza a mascar entre las cañerías del PNV.
Editorial Estrella