A MEDIDA QUE VA INSTALÁNDOSE LA RESACA ELECTORAL, me viene a la cabeza la pregunta planteada por la periodista de la ABC Martha Raddatz a los candidatos a la vicepresidencia, el progresista Joe Biden y el conservador Paul Ryan, durante su debate del mes pasado en Kentucky. Ella citaba a «un militar de elevada graduación» que estaba «decepcionado» por el tono de la campaña. «Los anuncios electorales son muy negativos», se lamentaba el militar, «y se dedican a hacerse pedazos mutuamente en lugar de sostener al país».
Raddatz retaba a los candidatos: «¿Qué le dice usted a un héroe americano a tenor de esta campaña? Y a la hora de hacer cuentas, ¿se siente usted avergonzado por el tono empleado?»
Una viñeta electoral del año 1884 se burla del candidato Demócrata, Grover Cleveland, por tener un hijo ilegítimo.
Biden y Ryan esquivaron la pregunta recurriendo mejor a sus desgastados argumentos y ganchos electorales preparados. Cosa que es una pena, dado que el agravio del militar merece respuesta.
Me gustaría que los candidatos hubieran recordado que lo ácido de los comicios presidenciales estadounidenses no empezó con Barack Obama ni con Mitt Romney. En 1884, el historiador británico James Bryce describe la batalla por la Casa Blanca entre James Blaine y Grover Cleveland como «una tormenta de insultos y mentiras», y lo desagradable de las campañas electorales presidenciales era algo conocido ya por entonces.
Pero esas campañas terminan en lo que sólo puede tacharse de milagro. Durante meses nos peleamos por las polémicas más emotivas e importantes de la vida norteamericana. Los peligros siempre aparentan ser colosales. Las esperanzas y los miedos de millones de votantes penden del resultado. En gran parte del mundo y durante la mayor parte de nuestra historia, sólo un baño de sangre podía zanjar los conflictos tan relevantes. Pero todo hijo de vecino sabe cómo acaban estas elecciones. El candidato derrotado realiza un discurso de admisión de la derrota con gracia; el ganador es investido pacíficamente en enero.
Sí, lo bajo de estas campañas es lamentable. La política no siempre es bonita. Pero aquí termina esto con sorprendente dignidad en los colegios electorales de todo el país, a medida que una nación poderosa inicia de forma tranquila la transferencia del poder y la autoridad. Si eso no es la maravilla de las maravillas de la civilización, ¿cuál será si no?
Jeff Jacoby