miércoles, noviembre 27, 2024
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Desahucios asesinos

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(Con Manuel Asensio, en las horas difíciles)

“Umbrío por la pena, casi bruno, porque la pena tizna cuando estalla, donde yo no me hallo, no se halla hombre más apenado que ninguno”. Estos versos de un soneto de Miguel Hernández reflejan cómo me siento al conocer la muerte por suicidio de Amaia Egaña, amiga y compañera, mujer de mi amigo y compañero Manuel Asensio. Su muerte, arrojándose al vacío por la ventana de su piso, se ha producido ante la comisión judicial que iba a desahuciarla.

La iban a arrancar a ella y a su familia de su vivienda, de su patrimonio, de sus bienes, conseguidos con treinta años de trabajo, el suyo y el de Manuel Asensio; Manolo, concejal socialista que fue en Barakaldo, militante del PSE, como Amaia, exmilitantes de las Juventudes Socialistas, donde los conocí hace más de treinta años y con quienes he compartido, de cerca o de lejos, el viaje por la vida.

No es nuevo el drama del desahucio. Más bien es habitual e insistente. Un drama y una tragedia terrorífica que ha saltado desde las estadísticas y los documentos a los periódicos y las televisiones, por su continua presencia noticiable. Pero para mí, hoy, este drama ha adquirido rostro, personalidad, memoria. Y me duele el alma pensar en qué sintió Amaia en los momentos anteriores a su decisión; me duele el alma pensar cómo se siente ahora Manolo, cómo se siente su hijo huérfano; cómo se siente su familia; como nos sentimos sus amigos y compañeros.

Hace unas semanas un hombre se arrancó la vida ahorcándose en Granada la víspera de que le arrebataran la vivienda. ¿Qué país es este en el que las personas se arrancan la vida cuando los bancos les arrancan su vivienda? ¿Cómo es posible que la muerte haya tenido que ser el acelerador de una solución a esta tragedia, a esta sangría e injusticia?

Llevamos demasiado tiempo hablando de la capitalización de los bancos, de los bonus que cobran sus directivos, de reformas financieras, hasta tres; pero no ha habido ninguna que haya mirado hacia las familias, las personas que sufren lo indecible hasta agotar el tiempo, y la vida.

Cuando he compartido la noticia con mi buen amigo el exparlamentario vasco Carlos Gorostiza, nos han caído las lágrimas en la distancia del teléfono y en la cercanía del dolor. No puedo más que decir que la injusticia termina siempre por adquirir el rostro de las personas, que son quienes la padecen. Y antes o después nos acecha atacando a nuestros amigos y familiares. Y que está ahí y sigue ahí, y que habrá nuevas víctimas que padezcan la injusticia y el dolor de las leyes injustas. Ojalá el gobierno y la oposición tengan la sensibilidad suficiente para arreglar esto de una vez, sin demoras, sin comisiones, sin preámbulos ni intereses.

Lo pido por favor, ¡que se arregle esto ya!, y lo pido umbrío por la pena, mientras veo la sonrisa de Amaia desvanecerse entre recuerdos y siento su mirada intensa mientras va cayendo al vacío, angustiada y sola, víctima de una terrible y espantosa injusticia que nos la ha arrebatado; asesinada vilmente por un desahucio criminal.

Rafael García Rico- en Twitter @RafaGRico– Estrella Digital

Rafael García Rico

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