Hay furor soberanista en Cataluña. Está envuelto, como tantas veces, en el populismo de «una nación, un líder». Artur Mas promete la ocasión más importante en 300 años. No importa la quiebra del estado del bienestar, porque la ensoñación independentista es una niebla que impide observar el paisaje de desolación de la sociedad catalana. En vez de protestar por los desahucios y las desigualdades se propugna la independencia. El enemigo exterior para culpar de los desaciertos propios.
La tierra prometida es un anzuelo que oculta un tránsito imposible. Pero la estadía en una Cataluña idílica es un espejismo atractivo cuando lo que ofrece España también es una desolación que muchos no quieren compartir.
El amor desaforado a la propia tierra es un sentimiento arcaico y desdibujado en el siglo XXI. Imposible certificar donde crecen las mejores patatas porque hay muchas cosechas. Personalmente tengo tantas patrias que no puedo matar ni morir por ninguna. Y la patria solo son las gentes que habitan por accidente en un lugar determinado. Todos somos trasplantables si tenemos capacidad de absorción de lo desconocido. La Patria se invoca para matar y para morir. No estoy para eso.
Me imagino que CiU va a arrasar porque este tiempo histórico es de las promesas imposibles. Y los que se quedan en la encrucijada sin marcar la brújula, como el PSC, no van a tener muchos compañeros de viajes, sobre todo porque Cataluña no admite matices. O blanco o negro, sin grises. Y el socialismo catalán se ha desdibujado en el tablero político.
El 25N promete ser una fiesta del soberanismo sin Alka-Seltzer. La resaca es un conflicto de difícil solución. Y el día después, Artur Mas deberá despejar la ruta hacia una Europa que le va a cerrar la entrada.
Años de turbulencias, de confrontación con dificultades de diálogo y con una estrategia de la tensión como soporte para conseguir lo imposible. Personalmente empiezo a tener una pereza de naturaleza histórica de una nación que no ha acertado en un siglo y medio a definir unos límites estables. Cansancio histórico de ausencia de normalidad democrática. Otra vez España no formula su oferta de acogida en términos atractivos ante unas fuerzas centrípetas que aprovechan cada declive español para organizar una excursión a la tierra prometida. Me temo que Artur Mas no va a conseguir separar las aguas de este mar rojo para pasar a Europa. Luego, los ciudadanos adorarán otros becerros de oro hasta que Moisés baje del monte otra vez.
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Carlos Carnicero