En los manuales de psiquiatría está que la depresión y la soledad son las dos causas fundamentales del suicidio y la estadística que manejan los propios profesionales se indica que esta terrible decisión tiene, mayoritariamente, rostro de mujer y en términos generales, la edad media de los que optan por quitarse la vida no supera los cincuenta años.
Los jóvenes menores de 30 años suponen un porcentaje no pequeño y son los ancianos los que apenas aparecen en las siempre frías estadísticas. «A los ancianos -me dice un psiquiatra amigo- la vida ya no les pesa, es la vida la que se cansa de ellos. La vida les abandona a ellos y no al revés».
Mucho debe pesar la vida para que un ser humano opte por desprenderse de lo único que de verdad tenemos. Mucha angustia, mucha soledad, enormes desafectos, temores indescriptibles, agotamiento sin límites, silencios atronadores deben estar detrás de todas y cada una de las personas que deciden acabar con todo. Muchas de ellas lo hacen a pesar de tener gente que les quiera, a pesar de tener su vida material razonablemente resuelta. Basta un acontecimiento que no siempre tiene que ser en si mismo algo grave para que se tome la decisión de abandonar la vida.
En España ha habido tres suicidios que han coincidido con el desahucio de sus viviendas. Es más que probable que antes del desahucio la vida ya les cansara pero si a esto se añade el trauma terrible de verte en la calle, la vida se les presenta como insoportable.
La vida está hecha de penas y alegrías. De momentos felices y de días de dolor, de abrazos y de despedidas y es la casa, nuestra casa, nuestro ultimo y principal refugio. Cuando a alguien se le desahucia no se le priva de unas cuantas paredes que le cobijan del frío, se le priva de su «hogar» que es mucho más. El cobijo al frío o al calor también lo da un hotel o una pensión.
Pero no, cuando alguien es desahuciado se queda sin ese espacio salpicado de fotos de nuestros padres que ya no están pero que ahí les tenemos para saber que fuimos excepcionalmente queridos, las de nuestros hijos cuando eran bebés y cuando ya han crecido . El hogar es ese espacio en el que se guardan libros que te marcaron, pañuelos que ya no te pones o copas rayadas pero que eran las que presidían las comidas familiares.
Ocurre que, cuando por cualquier circunstancia, las autoridades ordenan desalojos lo primero que se rescata son las medicinas y las fotos y si están amarillas se cubren con trapos para mejor protegerlas…
Son miles los ciudadanos españoles que se han quedado sin «hogar» y se han quedado sin «hogar» aquellos para los que la vida, desde el minuto uno, es más dura, más cansina. Con suicidios o sin ellos hay que atajar estos desgarros. La piedad y la justicia no son valores contrapuestos pero a donde no llegue la justicia debe llegar la piedad, la compasión de la que hablaba Obama en su discurso de triunfador. Cuando la vida cansa y el hogar se esfuma apenas queda nada.
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Charo Zarzalejos