Tenía 17 años pero a pesar de que yo era su profesor de historia no podía apartar mi mirada de Mireia, una atracción fatal me hacía pensar en ella continuamente, imaginarla conmigo, abrazándome, pero eso no podía ser, en el fondo, sólo era una niña.
Yo tenía 27 años y acababa de empezar a trabajar en el colegio, nunca me habría imaginado soñando con una alumna, es algo que había repudiado pero no podía evitar sentir y soñar. Me consolaba pensando en que a ella sólo le quedaba un año para cumplir los 18 y salir del colegio.
Una tarde de viernes, Mireia se quedó en mi clase de estudio, tal vez aposta o tal vez no. Sólo sé que fue la hora y media más larga de mi vida, no podía apartar mi mirada de su cabello rubio en el que se había hecho varias trenzas que delicadamente se perdían entre su pelo, sus labios rosados, su falda escocesa de uniforme que mostraba sus largas piernas, me torturaba pensar que lo que yo ansiaba nunca ocurriría, para Mireia yo sólo era el profesor de historia, atractivo sí, pero el profesor.
Por fin acabó la clase de estudio, despedí a mis alumnos hasta el lunes y comencé a recoger mi mesa con el único pensamiento de irme a casa y olvidar durante unos días la imagen de Mireia. De repente, una dulce voz me hizo levantar la mirada, era ella, “¿Mario, te importaría que habláramos sobre el último examen?”.
Nos dirijimos a mi despacho, a penas quedaba nadie en el colegio y empecé a sentirme violento y nervioso, ¿qué pensaría alguien si nos viera?. Mireia cerró la puerta del despacho y puso una silla a mi lado, para ver mejor el examen. Todo mi cuerpo empezó a temblar, ella olía a una mezcla de chicle de fresa y colonia, sólo quería que ese momento no acabara nunca.
Entonces ocurrió lo inesperado, Mireia me miro a los ojos y me dijo “Mario, no he venido por el examen, tengo algo que decirte”, mi corazón se salía de la camisa y entonces ella dijo las palabras mágicas “me gustas, sé que eres mi profesor y que lo que te he dicho no está bien pero no puedo evitarlo” en ese momento se acercó a mi y besó mis labios.
No podía moverme, no podía reaccionar, la aparté y le dije “Mireia estás segura de lo que estas haciendo, soy tu profesor y tengo diez años más que tú”. Ella contestó sin titubear ”ya no soy una cría y sé perfectamente lo que estoy haciendo”, en ese momento se subió a mi mesa y volvió a besarme, esta vez mucho más apasionada que antes, no podía pararlo ya.
Ella empezó a desabrocharme la camisa y yo a desabrochaba la suya, su piel era suave, le quité el sujetador y descubrí sus pechos, esos con los que había soñado durante meses, eran turgentes, redondos y suaves. Mireia continuó con mi pantalón y supe que aquello ya no tenía marcha atrás, tiré todo lo que había sobre la mesa sin importarme el estruendo y la tumbé mientras desabrochaba las hebillas de su falda.
Besé su cuerpo entero, me detuve a juguetear con el piercing de su ombligo, con sus pezones y por fin llegué, aparte delicadamente su tanga blanco y juguetee con mi lengua en su clítoris, ella comenzó a jadear hasta que un pequeño chillido se le escapó entre los dientes. Entonces me coloqué encima y Mireia introdujo mi pene en ella, éramos uno, empecé a moverme, sabía que a ella le gustaba mientras chupaba mi dedo índice, de repente me dijo que parara y se colocó encima, no pude aguantar mas y me fui, ella llegó un poco antes y al terminar nos abrazamos y nos quedamos sobre la mesa de mi despacho. No podía creer lo que acababa de suceder, me había prometido a mi mismo que eso nunca ocurriría, pero era feliz, no podía dejar de sonreír.
Después de vestirnos la llevé a su casa y nos despedimos hablando de la siguiente vez que nos veríamos a solas, pero el lunes no vino a clase y el martes tampoco. Estaba preocupado y más que nada deseoso de verla, así que me acerqué a su casa para ver que ocurría, un enorme cartel de ‘Se vende’ hizo que mi corazón se estremeciera.
Volví a mi piso con la idea de preguntar al día siguiente en el colegio dónde estaba Mireia. El miércoles me armé de valor e interrogué a mis alumnos sobre ella ,su contestación fue rotunda “¿no lo sabe? Mireia ya no vive aquí se ha trasladado a Estados Unidos con sus padres”. Un nudo se me puso en la garganta, no me lo podía creer, pero en dirección me lo confirmaron.
No tenía manera de contactar con ella, se había marchado. En ese momento me di cuenta, aquella noche fue su manera de decirme adiós. Quince años después aún me acuerdo de Mireia, de su olor, de sus ojos, su pelo, sus piernas y sobre todo, de aquella noche.
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El Rincón Oscuro