Habló un Rajoy inédito en los últimos meses: «No hagáis caso a los que quieren dividir, inventan agravios y buscan enemigos exteriores, porque eso es propio de alguien que no tiene argumentos, cuajo ni agallas para aguantar la crisis». Y más: «Ha tirado la toalla (Mas) porque decidió que era muy cansado luchar contra la crisis, porque le faltó coraje cuando más se necesitaba. Porque hizo lo que no debe: darse la fuga en una huida hacia adelante, en la que se llevó consigo a toda la sociedad catalana».
Con estas palabras, el presidente pone fin a la taimada cordialidad que ha presidido el desencuentro con CiU. Rajoy ha marcado el significado de su agenda: o con las reformas estructurales o contra mí. La independencia es la vía de escape, la fuga hacia delante, el salto en el vacío de la impostura. Y Rajoy lo ha dejado claro: en la adversidad, el mal aliado es el que se esconde de su responsabilidad. Con esto, la frágil convivencia de CiU y PP en el Congreso de los Diputados queda tocada.
La práctica política dice que si CiU rectifica el discurso secesionista, el Gobierno y los nacionalistas catalanes deben entenderse porque disponen de un programa económico común. Así lo debe de pensar Duran i Lleida, cuya imagen avalando el discurso de Mas hace bien visible la falta de profundidad del viaje soberanista.
La cámara catalana se precipita hacia una potentísima mayoría soberanista ante la inminente caída en el vacío del PSC, anulado por sí mismo al no poder desarrollar un discurso autónomo dirigido hacia sus bases electorales. Ahora, Pere Navarro es dependiente: se mueve al ritmo que marcan Mas, los radicales de su partido y ERC y ICV. La falta de autonomía no es funcional, sino discursiva, de proyecto. Está atrapado hasta el punto de que hoy ha sido Sánchez Camacho la que ha traído el euro por receta al debate electoral, proponiendo su supresión. Toda una paradoja, ya que es el PSOE quien se opone a él en Madrid y el PP quien lo pone en marcha.
Análisis Estrella