La huelga es un instrumento de presión que se utiliza en situaciones extremas. Es verdad que en España las circunstancias son terriblemente difíciles y que los recortes presupuestarios han reducido muchos servicios y prestaciones que hasta ahora complementaban un modelo de bienestar social que aseguraba una buena calidad de vida a una clase media cada vez más amplia.
La coyuntura económica, sin perspectiva de solución a corto plazo por mucho que se prodiguen los falsos brotes verdes, exige responsabilidad, diálogo y acuerdos para enfrentar los graves problemas que se derivan de la pérdida de empleo o de las dificultades que provoca la crisis en el sistema de salud, en el educativo o con respecto a los pensionistas.
Y en nada ayuda la violencia que trata de imponer la inasistencia al trabajo. No parece que esa sea la forma más democrática de representar a la opinión de los trabajadores.
El diálogo es la base de un modelo cívico de convivencia que debe imponerse a la lógica de los piquetes o a las cargas policiales. Nadie debería querer escenarios de confrontación como los que hemos visto ayer, cuando somos todos los afectados por el deterioro económico de nuestra sociedad. La responsabilidad debe imponerse al revanchismo o al oportunismo que pretende obtener ventaja del malestar ciudadano, tanto como el que lo trata de ocultar utilizando descaradamente los medios públicos de comunicación de forma torticera. Y el acuerdo debe ser la plasmación de un nuevo espíritu de consenso que se imponga al conflicto y a la insensatez frente a él. España aún tiene una oportunidad y esta debe surgir de la voluntad compartida. España, además, se encuentra en una encrucijada y todos debemos contribuir a solucionar nuestros grandes y graves problemas de forma positiva y constructiva.
Ayer fue la huelga y de hoy en adelante toca trabajar. Sobre todo, para que los que no tienen trabajo puedan confiar en el futuro.
Editorial Estrella