En este momento, a cuarenta y ocho horas del día verdaderamente importante de las elecciones catalanas porque será cuando hable de verdad el pueblo, a mí me ha venido a la memoria la figura de José Luís Rodríguez Zapatero, y eso que llevo un año tratando de olvidarlo, porque este personaje es el único culpable de todo lo malo que viene sucediendo, en los últimos años, en Cataluña.
Y es que, viendo a Artur Mas tan crecido, me ha venido a la memoria cómo, después de conocer los datos de una macroencuesta de incuestionable objetividad que reducía a menos del 5% el número de catalanes interesados en la reforma del Estatuto autonómico, el tal Zapatero (entonces un pardillo aspirante a Presidente del Gobierno de España) tuvo la ocurrencia de prometer su apoyo a la reforma de ese Estatuto si contaba con mayoría «suficiente» en el Parlamento de Cataluña.
Recuerdo aquel 13 de noviembre de 2003 como si fuese hoy. Y veo, en plena campaña de las elecciones autonómicas catalanas de aquel año, cómo el Olvidable ZP, ante un auditorio enfervorizado, afirmó: «Apoyaré el Estatuto que salga del Parlamento de Cataluña».
Y también me acuerdo de Zapatero porque me es imposible olvidar que, cuando los parlamentarios catalanes, cumpliendo la promesa de ZP, eran incapaces de llegar a un acuerdo en aquella locura de reforma, hasta el punto de que, incluso, Artur Mas se negaba a apoyarla, otra vez intervino el Olvidable llamando al propio Mas a La Moncloa, en donde en una noche de café y Marlboro, consiguió convencer al actual presidente de la Generalidad de Cataluña para que la apoyase, haciendo que la reforma fuese más separatista aún que el que proponían los propios socialistas catalanes.
A Zapatero le gustaba y eso era suficiente
Lógicamente, ese nuevo texto se aprobó sin problemas. Era una chifladura. Pero a Zapatero le gustaba y eso era suficiente. No les gustaba a algunos barones socialistas pero tragaron. Como tragaron Las Cortes españolas porque aquello formaba parte del adanismo de ZP y el asunto estaba cerrado.
Después hubo un referéndum engañoso. Y recuerdo que el nuevo Estatuto de Cataluña fue aprobado por el 35’77 % de los ciudadanos catalanes con derecho a voto. Casi nadie. Pero, en cambio, la aprobación fue vendida como éxito con una desvergüenza inusitada. Y me acuerdo cómo el Tribunal Constitucional, bien aleccionado por María Teresa Fernández de la Vega un Doce de Octubre, lo permitió casi todo. O, mejor, lo permitió todo salvo cosas menores. Una desgracia. Porque el capricho de ZP había dejado un Estado residual en Cataluña y la clase política nacionalista, que ha sido educada en la coacción al Estado, había conseguido una gran victoria porque había logrado el mayor instrumento legal posible para su coerción sin apenas esfuerzo.
Chantajista manera de gobernar
Ahora, años después, Artur Mas, crecido por aquel Estatuto y obligado por su mala gestión económica, ha dado un paso más a su chantajista manera de gobernar y ha planteado un auténtico desafío separatista al Estado. El domingo sabremos cuanto.
Pero a mí no se me puede olvidar que causa de la causa es causa del mal causado, como dice un viejo principio del Derecho…
La Avispa-Estrella Digital
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