A diferencia de lo que a veces se piensa, en España siempre hemos dispuesto de muchas constituciones, incluida la de Bayona, que aunque Carta Otorgada fue el primer anticipo constitucional de la España contemporánea. Nuestro XIX siempre es recordado por los pronunciamientos militares y poco por la profusión de textos redactados aprovechando las crisis que se producían con frecuencia durante la dinastía borbónica como testigo privilegiado.
La Pepa, tan conmemorada, fue la primera oportunidad para arrojarnos los trastos moderados y progresistas a la cabeza, mientras el país dirimía por su cuenta el asunto tan manido del nacimiento de la nación disparando labriegos, artesanos o curas trabucaires tiros de pólvora rancia a la ilustración que traía prendida de la bayoneta el vilipendiado ejercito de Murat.
Los menesterosos se jugaban la vida y los cuartos en ese afán mientras los hacendados, propietarios, nobles y aristócratas bailaban en la Corte de Madrid o en la del otro lado de los Pirineos. La Constitución de Cádiz fue una quimera y los pocos que de verdad creyeron en ella terminaron por sucumbir a las cadenas de Fernando VII, cuyo regreso triunfal de una ausencia vergonzante fue el colofón del retorno al absolutismo.
Fue la primera oportunidad para arrojarnos los trastos moderados y progresistas a la cabeza
La historia nos enseña muchas cosas, y algunas están en las cartas decimonónicas, cuya redacción cuidada pocas veces pasó el filtro real que ponían eclesiásticos y reaccionarios. Así que nos quedamos con buena literatura y sin revolución burguesa, cosa con la que hoy aún apechugamos.
Los reyes y reinas de esta Casa siempre fueron de otro mundo y dedicaban más tiempo a mirarse al espejo y a sus correrías allende las puertas de Palacio, tanto que no es de extrañar que su herencia genética se las gaste como ahora.
La Constitución de 1978 contó con un Rey protector y una élite política que puso más razón que pluma a la hora de escribir nuestra ley de leyes. Se dejaron poco en el tintero, pero lo más importante residió en el espíritu de concordia que la inspiraba en vez de en el propósito revanchista que tanto caracterizó a las del pasado, cuando cada forma de pensar venía con su gobierno, su constitución y algún paredón en las alforjas.
Ahora, treinta y cuatro años después de aquél rencuentro de la llamada transición, tan poco sofisticado y tan cuidadoso de no herir susceptibilidades, la Constitución que entonces se hizo y que tanto se votó se le antoja a la nueva generación como una suerte de Biblia ilegible con los ojos de la actualidad, pues contiene una literatura y unas intenciones que aparentan ser más de otro sistema solar antes que de este. Así que no es de extrañar que el desafecto esté vinculado mucho más a lo que pone que a lo que el constituyente obvió por precisión consensuadora.
Lo importante residió en el espíritu de concordia que la inspiraba en vez de en el propósito revanchista que tanto caracterizó a las del pasado
España, un trajín incomprensible de administraciones incapaces de atender a sus ciudadanos como la Constitución manda, se ha convertido en una selección de fútbol, y nosotros, los españoles, nos hemos quedado en puñeteros forofos y en espectadores de un todo que no entendemos, hecho por muchas partes que, tomadas de una en una, que nos dan la risa, por no llorar.
Habla la letra constitucional de derechos que deberían sonrojar a quienes nos gobiernan y a los que legislan, porque no los protegen; la Consti, como la llamaba Forges en sus primeros años de existencia, habla de tutelas judiciales hoy sacadas a subasta, de trabajo que se reparten los nepotes de siempre, y del derecho a la vivienda, por ejemplo, que son antes que nada los metros cuadrados donde, en realidad, los Díaz Ferrán de turno, que son más de los que aparecen, cobijan los colchones rellenos de billetes.
Que nadie me interprete mal ¡Viva la Constitución! Pero también viva la Pepa y la virgen del Carmen y las fiestas de san Fermín y la Vuelta Ciclista a España, que vienen a ser lo mismo: hermosas fiestas de guardar y grandilocuentes acontecimientos nacionales.
En la verdad cotidiana, la que se hace con la angustia y la incertidumbre de los hombres y mujeres de este pueblo, debería verse apaciguada tanta desazón con la lectura cívica de la Constitución, pero este texto se ha convertido en una viva Cartagena tanto como en un nada de nada. Y al paisano que ve con estupor y sonrojo el camino de su vida hacia al abismo, hablarle ahora de lo que ahí se escribió con tan buena voluntad es lo mismo que contarle las etapas del periplo que los ciclistas realizan cada año sobre las cumbres y llanos de nuestra geografía; un ni fú ni fá. Con dos lamentables y curiosas similitudes: vivimos contrarreloj y los líderes están bajo sospecha de dopaje, porque si no lo que nos pasa no se explica.
Pobre Riego, y pobre Mariana Pineda. Los fusilan y agarrotan cada año con canapés y sonrisas impostadas sobre cómodas alfombras palaciegas y entre hermosos tapices de postín.
Rafael García Rico