La Constitución española, hoy, cumple años. No recuerdo cuantos. Tampoco me interesa. Es joven todavía para echar esas cuentas, aunque a algunos españoles, cicateros y egoístas, pareciera que ya les pesase por vieja. Están aburridos. Y es entendible. En España no estamos acostumbrados a largas etapas constitucionales y esta de 1978 ya les cansa. Argumentan para justificar la falacia que los tiempos han cambiado y que necesita adaptarse a ellos. Como si se hubiese quedado viejo que España fuese una nación que anhelase la justicia, la libertad y la seguridad al tiempo que promoviese el bien de cuantos la integran. Como si la soberanía nacional ya no residiese en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado. O como si esta Constitución ya no se fundamentase en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y no reconociese y garantizase el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas… Es sorprendente.
Constantemente tratan de incumplir su espíritu y su letra, como ha hecho la izquierda española
Pero es cierto que hay españoles a los que ya no les vale esta Constitución y les gustaría reducirla a papel mojado, a un documento inservible… De hecho, constantemente tratan de incumplir su espíritu y su letra, como ha hecho una parte importante de la izquierda española, en los últimos años. (Para esa izquierda, los conceptos que se recogen en ella ya son discutidos y discutibles y habría que cambiarlos). O como hacen todos los nacionalistas y separatistas (que lo son porque existe esta Constitución) y que quisieran quemarla en esa hoguera de odio, incomprensible, en la que se han desarrollado.
Pareciera que no la votó el 90% de los españoles. Incluidos, esos catalanes que ahora reniegan de ella. Ya nadie recuerda que nació de un consenso feliz. El único que se había producido en esta vieja piel de toro desde hacía más de dos Siglos. Ahora pasa lo contrario. Ya no hay consenso. Ahora hay una corriente política de insensatos que quiere cambiarla. Quieren hacerla ad hoc. Adecuarla a sus fines. A su modo y manera de ser y de pensar. No saben o no quieren darse cuenta que el problema de España no está en la Constitución sino en algunas leyes que la han desarrollado. Y me acuerdo ahora, por ejemplo, de la Ley Electoral que les concede derecho de pernada a los nacionalistas y separatistas. O leyes, en cambio, que nadie se ha atrevido a desarrollar, como por ejemplo también, la Ley de Huelga. O como lo que han querido hacer algunos desvirtuando su espíritu y dejando que el Estado sea ya algo residual, a base de transferir competencias a las autonomías.
No, la Constitución española está viva
No, la Constitución española está viva. Muy viva. Y hay que seguir defendiéndola como el primer día. Porque, afortunadamente, aún es el garante de que los españoles seamos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Otra cosa es la perversión política que se ha llevado y se está llevando a cabo con ella. Por eso, creo que es el momento de gritar ¡Viva La Constitución! ¡Viva España!
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La sonrisa de la avispa