La fortaleza del poderoso y el lento languidecer de su oponente, la parte más débil. El resumen de una opinión en menos de ciento cuarenta caracteres, un diálogo interrumpido con Cristina Pérez, hace unos días. La democracia moderna, por ir directos a la cuestión, en lo que respecta a la languidez de la alternativa, planteada en el diálogo, divide los papeles. Unos gobiernan, otros se oponen. Pero solo manda el que dispone del poder. Si la política es esto, la política posee lagunas, no cabe duda. Digamos que una de sus características es la de asemejarse a sí misma, y reproducir su propia identidad en un continuo que en apariencia siempre es igual, pero que en verdad es un proceso de deformación lento, inapreciable, pero real. La democracia se consume siendo democracia como la conocemos, no se debilita por dejar de serlo, sino por serlo de forma insistente de la misma manera. Y la insistencia no es otra cosa que un reflejo inmovilista que la atrofia lenta, tenue, pero firmemente.
La languidez que nos afecta a los que queremos ser alternativa es el fruto de la erosión de la mano que acaricia nuestras certezas
Las respuestas del siglo XXI se debaten entre los movimientos ideológicos del siglo XIX, y de antes. El germen de nuestra realidad se pierde en los primeros razonamientos de los racionalistas. Desde entonces hemos sido ilustrados, liberales, revolucionarios; hemos apellidado la democracia con barnices más que estéticos; hemos confundido sus colores por un daltonismo estructural. En muchas ocasiones no hemos creído en ella, en otras la hemos defendido como en el verso de Salinas, como un bien «firme sobre roca firme». Y de tanto acariciarla comenzamos su progresiva deformación quién sabe cuándo.
El mundo de hoy ni siquiera es el presente, porque vivimos mirando al futuro como los marineros miran al mar: sin terminar de ver nada, pero conservando todo en la retina. Nuestro océano del milenio es una transformación trasgresora: no sólo cambia la forma de producir, cambia la forma en la que ordenamos nuestra forma de pensar porque, al comunicarnos de forma distinta, pensamos con ritmos y paradigmas diferentes. Vivimos en una continua antesala. Mi generación se resiste al cambio, prefiere manosear cómodamente el bien democrático tal y cómo lo conocemos, porque eso nos asegura seguir firmes sobre roca firme. Pero el hecho es que el suelo se quiebra, se fragmenta, se restructura continuamente como lo hacen los cristales del caleidoscopio cada vez que un movimiento altera sensiblemente su orden.
Yo soy de otro siglo, no de otro mundo. Se dónde estoy pero me cuesta entender cuándo estoy. Pienso con mentalidad antigua sobre verdades futuras que son evidentes hoy. Digamos, por ser generoso con mis canas, que me cuesta la adaptación y que disimulo con cierta aspereza ante lo que no entiendo. Pero el hecho cierto es que esto ni ya es lo que era ni parece que vaya a seguir siendo lo que nunca fue. Y no son juegos de palabras, sino juegos de espejos que nos muestran a nosotros mismos con los rasgos obvios de la modificación de nuestras rocas firmes, porque las mimetizamos en nuestras conductas.
¿Quién manda? Como soy europeo, afirmo que los mercados; ¿quién cree que manda? Como soy europeo, respondo que la política
Al fin y al cabo, la languidez que nos afecta a los que queremos ser alternativa es el fruto de la erosión de la mano que acaricia nuestras certezas, mientras estas se transforman irremisiblemente. Cuando Bell inventó el teléfono, Marconi la radio o la red empezó a tejerse, se produjeron fenómenos que aislados del contexto apenas implicaban experiencias vitales de sus protagonistas: inmersos los productos en el contexto, transformaron el paisaje de las relaciones sociales. Igual ocurre ahora, pero no sólo como evidencia de una nueva forma de comunicación, sino de pensamiento. La transformación es global.
Un aparato de dimensiones escasas puesto en cada mano del planeta hace tambalearse los principios más imperecederos. Y por eso el concepto de poder se queda desvaído. ¿Quién manda? Como soy europeo afirmo que los mercados; ¿quién cree que manda? Como soy europeo respondo que la política; ¿quién manda de verdad? Como soy humano sé que el poder reside en la conciencia de poder y en las herramientas, intelectuales y prácticas, que facilitan su ejercicio. Y ahora más, porque el ritmo de cambio de ciclo es rápido y audaz, y la incapacidad de entenderlo es sólida y persistente.
La democracia, volvamos al principio, será si es capaz de entender lo que los demócratas no entienden. La veneración de la diosa libertad no está mal, qué va; todo lo contrario. Pero la libertad se ha ampliado hasta tener las dimensiones de aquel océano que el marinero miraba sin terminar de ver. Democracia y libertad ahora están más unidas que nunca, a pesar de las resistencias de lo establecido. La herramienta y el fin es la libertad, el objetivo y el medio es la democracia necesaria. Hay instrumentos técnicos sin los que esta reflexión es una quimera: las nuevas formas de comunicación son las verdaderas protagonistas. Pero incluso en los escenarios más imposibles, esos medios ya existen. En Egipto había democracia y hasta la libertad estaba formalmente consagrada, pero no resistió ni el primer golpe de la nueva realidad.
Democracia y libertad ahora están más unidas que nunca, a pesar de las resistencias de lo establecido
Ahora pensemos en vez de en otros en nosotros mismos, y apliquemos la lección. O aceptamos la transformación y la convertimos en un bien o nos quedaremos, como yo, anclados en otro siglo. Mal está que mi generación sea reacia, pero más estúpido es que las nuevas no se atrevan a aplicar al todo lo que es natural en la parte.
Dicho de otra forma, se trata de impedir que la alternativa se desvanezca languideciendo. Que es, al fin y al cabo, la idea que podríamos estirar en esta reflexión a partir de un tuit que compartí con @Cris_telefe, Cristina Pérez; que es la que de verdad sabe de todo esto. Porque es de este siglo, lo entiende, y porque practica el entendimiento trayendo el futuro al presente para evitar que nos devore un pasado que disimula muy bien la voracidad con que inmoviliza cualquier opción que no esté bajo el control habitual de lo de siempre.
Si de verdad queremos democracia, ésta tendrá que adaptarse a los cambios. O no será.
Rafael García Rico