Cernuda decía, en el inolvidable verso de sus violetas a Larra, que escribir en España no es llorar, sino morir, porque muere la inspiración envuelta en humo. Los que vivimos del oficio de juntar palabras que reflejen ideas o sentimientos, sufrimos mucho desbordando cada día los contornos de nuestra imaginación para tratar de dar la mejor forma posible al contenido de nuestras reflexiones, ideas o propuestas.
A veces escribir es un ejercicio tan sencillo como lo es actuar con humildad: se trata tan solo de decir lo que se piensa con el lenguaje llano de una expresión sincera; a veces, recurrimos a la retórica, a las figuras, a cierta creación literaria para tratar de infundir mayor convicción en lo que decimos.
Amy era más que una abstracción o una firma falsa
No estamos exentos de exageraciones y de cometer errores que limiten la intención de lo que escribimos. Nos retratamos mucho, y dejamos mucho de lo que somos planteando con honradez lo que pensamos y poniendo en evidencia lo que sentimos, al menos, a veces. Otras, nos limitamos a estar a la altura de las circunstancias. Pero en cualquier caso, lo hacemos con diligencia y con bonhomía. O, al menos, lo intentamos. Y entonces descubrimos a Amy.
En realidad Amy era más que una abstracción o una firma falsa. Era una preciosidad estilística, un recurso inteligente: la combinación en serie de una ambición terrenal con una serie no mucho más pequeña de intenciones: ya quisiéramos los que escribimos con nuestro puño y letra ser tan reales.
Proyectos e intenciones originarios se superpusieron a la realidad empírica, y su ilusorio trabajo como columnista derivó en un viaje astral, una suerte de versión literaria de un mal negocio con las drogas. Dejarse llevar, fluir, abandonar la realidad insana de esta vulgaridad y transitar por los confines extraños e insólitos de una fantasía aplicada.
Despertar es lo peor cuando uno sueña, una vez conquistada con tanto esfuerzo la inspiración. Yo creo que Amy pasó de ser un planteamiento interesado a una fascinación imaginativa, antes de que la envolviera el humo de la agria verdad en que vivimos. En el fondo, ella existía, a su manera, y tanto, que escribía sobre cine africano o sobre lo contrario o lo que fuera menester; formaba parte de ese espectro confuso en el que se mueven nuestras medias verdades y las entelequias más ágiles. Pero era una imagen abstracta, incluso un logo más que un ser corpóreo.
Pobre Amy, él tan falso, ella tan real, escuchando con estupor mientras se desvanece
Audaz, como ella era, – o quizás siga siéndolo, allí donde ahora habite – el trastorno del regreso a la inmediatez y a lo banal de este ser habitual que en realidad nos posee ha debido de ser muy duro. Sobre todo cuando su Jeckyl, el reverso de la moneda, el autentico heterónimo, este tipo descrito por su jefe como propietario de ‘solvencia intelectual y brillante currículo académico’ (sic), la reducía a ser una sombra mal aprovechada, en triste comparación con su creador: el ‘joven valor’, al que su ‘solvencia intelectual y brillante currículo académico’ parecía prevenir de cualquier tentación sobrecogedora, y más, después de tanta advertencia, pero en fin.
Pobre Amy, con todo el recorrido que tenía mientras su autor las pasaba despidiendo empleados y administrando recortes en derechos, engreído como era, triunfador, hombre de éxito, con su ‘solvencia intelectual y brillante currículo académico’.
Pobre Amy, él tan falso, ella tan real, escuchando con estupor mientras se desvanece: ‘solvencia intelectual y brillante currículo académico’, ‘solvencia intelectual y brillante currículo académico’ ‘solvencia intelectual y brillante currículo académico’…
Rafa García-Rico – en Twitter @RafaGRico – Estrella Digital
Rafael García Rico