El otro día me fui al cine a ver la película Lincoln que está triunfando en las carteleras y si bien me parece que está sobrevalorada, aunque tenga una excelente ambientación, no voy a hacer una crítica cinematográfica del producto. Lo que más me llamó la atención fue la forma en que queda reflejada la clase política de entonces y, curiosamente, de ahora.
«Abraham Lincoln nació el 12 de febrero de 1809. Fue el decimosexto presidente de Estados Unidos y murió asesinado el 15 de abril de 1865, a los 56 años. Alcanzó la presidencia en 1860. Logró movilizar a la opinión pública a través de su retórica y discursos y ha pasado a la historia como una de las grandes figuras de la política de Estados Unidos». Con estas líneas se presenta al personaje histórico de la película, en la breve sinopsis que se hace en los cines, donde se señala, además, que dura dos horas y media, que el nuevo film de Spielberg se centra en el tema de la esclavitud y su abolición en la perspectiva de los últimos cuatro meses de la vida del presidente interpretado por Daniel Day Lewis.
Los diputados salen baratos, apenas dos mil pavos y compras todos los que quieras
Hecho el planteamiento técnico del film, lo cierto es que en un momento dado de la película, y después de mostrarnos cómo se tuvieron que comprar literalmente los votos de los diputados de la Cámara de Representantes para que saliera adelante la decimotercera enmienda, uno de los personajes menores, el tipejo encargado de sobornar a los diputados, dice sin más «los diputados salen baratos, apenas dos mil pavos y compras todos los que quieras». Cuando escuché la frase me sonó familiar y sin quererlo, por un instante, me acordé de lo que está sucediendo con la política española y los escandalosos casos de corrupción que se destapan un día sí y otro también. El asunto es que ni entonces ni ahora, todos los diputados salen baratos, ni todos están dispuestos a corromperse, ni todos han metido la mano en la caja, pero todos sufren de igual modo el descrédito como pertenecientes a una clase política que genera inquietud y desconfianza.
La diferencia es que en la película se trata de reflejar la lucha por algo noble y aunque en varios momentos se plantea la posibilidad de que se alargue el final de la guerra de secesión -con lo que eso significaba de coste de vidas humanas- para ganar tiempo y que se aprobara la enmienda contra la esclavitud, ante la pregunta de si el fin justicia los medios, en este caso concreto, la respuesta era sí. De hecho algunos de los personajes afirma en la ficción, que el hombre más honrado que conoce tiene que utilizar los métodos más repugnantes como el soborno de sus adversarios para conseguir algo que cambiaría la historia de la humanidad, como así fue.
Ya sabemos que la corrupción va ligada a la condición humana y también a la política desde el principio de los tiempos, pero una tiene la sensación de que lejos de combatirla de perseguir y señalar con el dedo acusador a los corruptos y los corruptores los mandamases miran hacia otro lado y se protegen unos a otros, independientemente de las siglas que representen, y con ánimo de seguir guardando sus chiringuitos. Escribía el otro día Antonio Gala, en una de sus magistrales columnas, que aquí ya no queda ni un solo político de alta gama que no este coronado por un escándalo y que hay más urdangarines de la cuenta, lo que provoca asco y desanimo. ¡Qué razón tiene! Dan ganas de tirar la toalla, pero tal vez eso es lo que quieren esta panda de mangantes: hartarnos a todos y no vamos a dales ese gusto, claro que no.
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Esther Esteban