Vivimos en temporada alta de corrupciones relacionadas con el poder político (alrededor de 700 sumarios con políticos implicados) y el papel de la prensa y los periodistas está en el punto de mira de los gabinetes de «agitprop» de los partidos que se sienten amenazados por la difusión de noticias relacionadas con presuntas o ya demostradas corruptelas. Desacreditar al periodista portador de las malas noticias es un deporte tan antiguo como frecuente la colusión entre política y negocios al margen de la ley.
Siendo verdad que hay medios que no son especialmente celosos en el proceso de verificación de las fuentes informativas y que se dejan llevar por la urgencia de la noticia (contra los excesos está el Código Penal), no es menos cierto que en los últimos treinta años la contribución de la prensa de calidad a la necesaria transparencia de la vida pública española ha sido fundamental. Si escándalos hubo cuya denuncia provocaron dimisiones de ministros y hasta relevos de gobierno, fue porque la investigación periodística abrió la senda por la que después actuaron los tribunales. Sin prensa libre no hay democracia por mucho que les pese a quienes para sentirse a salvo de las consecuencias de sus actos maquinan para controlar o callar a los medios hostiles o no excesivamente afines. Los intentos de control no siempre son descarados y frontales, a veces el proceso es más sutil.
Sin prensa libre no hay democracia
Consiste en que no se publiquen las noticias incómodas. Es una suerte de acuerdo de silencio que poco a poco degenera en el relato de una realidad política fingida o ajena al meollo de los problemas que preocupan a la sociedad. La actual crisis industrial y financiera que tantos estragos está provocando en las redacciones, favorece el control de los medios.
Ése es el mal que acecha. Si cuando gobernaba el PSOE, desde las alturas, se intentaba desacreditar a los medios y a los periodistas que denunciaron los escándalos de la época (los GAL, Roldán, Filesa, el BOE, etc), ahora que gobierna el PP y la opinión pública está expectante queriendo saber toda la verdad del caso Bárcenas, el supuesto cobro de sobresueldos, la Gürtel o el caso que afecta a la actual ministra de Sanidad, estamos empezando a escuchar una música parecida. Un concierto de voces cuyo objetivo no es otro que desviar la atención de lo que realmente importa. Lo que los ciudadanos quieren saber. A quienes se prestan a ese juego habría que recordarles una frase de François Mauriac escrita tras un secuestro del semanario «L’Express»: Dudo que exista para la prensa un delito de indiscreción. Pero existe un delito de silencio. A la hora de arreglar cuentas, no se nos acusará de haber hablado sino de haber callado». Como diría otro de los grandes, Ben Bradlee, director del Washington Post cuando estalló el «Watergate»: «Frente a los casos de corrupción lo mejor es verdad, y si puede ser toda la verdad, mucho mejor». Pues, eso.
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Fermín Bocos